Por Virgilio Cáceres
TW @VirgilioCceres
“Cuando cerraron la puerta de la casa en Asunción adonde llegué para quedarme a vivir hasta los 18 años, recién me di cuenta de cómo iba a ser mi vida. Era chica, tenía 10 años”, dice Tina Alvarenga, oriunda de Puerto Casado, Chaco, quien vivió en situación de criadazgo. Luego de su arribo desde su pueblo natal, experimentó la desconsideración cuando le negaron ir a despedir a su hermanita de años que acababa de morir.
“Ser criadito o criadita es una realidad invisibilizada, nadie sabe qué sucede dentro de una casa, no hay control, hay discriminación, aislamiento y desarraigo”, sostiene.
“En este país se controla una vaca pero no a un niño en situación de criadazgo”, sentencia la activista social –consultora y especialista en materia de indígenas–, al recordar los tiempos difíciles que vivió con una familia lejana a la suya. Reconoce que estudió, tuvo oportunidad, pero fue a costa de duros trabajos y estrictos horarios que cumplir. “Pasé mis quince años limpiando todo el día”, rememora.
PELIGROS. “Pasé situaciones peligrosas yendo a hacer mandados. Una vez llegué a entrar a prostíbulos sin saber a qué me exponía y todo por ver la tele, porque a mí me prohibían ver en la casa donde vivía. Me fue más fácil tener acceso a la biblioteca, a un libro, que a la heladera de la casa”, recuerda Tina.
En la mayoría de los casos, señala Tina, los que viven en dicha situación pasan hambre porque se restringe la comida; además, no hay mucha libertad de experimentar actividades propias de la edad. Hay más tiempo para trabajo que para recreación.
Sostuvo que mientras no exista un Estado protector de los niños, se seguirá cobrando vidas inocentes esta cruda realidad en la que viven muchos chicos desarraigados.
Lamenta que el Estado no tenga un sistema de control ni políticas públicas serias que busquen erradicar el drama.
MÁS EXPERIENCIAS. Manuel Aguilar (20) vive en San Pedro y su caso fue conocido durante la visita del papa Francisco en Paraguay en el 2015, ya que allí relató su dura vida estando en situación de criadazgo en la casa de su propio tío, desde los 10 hasta los 18 años.
“Me levantaba a la una de la madrugada para ordeñar ocho vacas; luego las llevaba al campo, después correspondía repartir la leche. Tras esta tarea, buscaba el alimento de los animales y preparaba para dárselos. Era mi trabajo de todos los días. Todo terminaba a las 20.00, aproximadamente y tenía que descansar”, refiere el joven. Finalmente, dice Manuel, no pudo hacer el curso normalmente a causa de los innumerables quehaceres de la casa.
DRAMA. “No tuve la oportunidad de terminar bien mis estudios porque tenía que cuidar de los animales, recién el año pasado pude culminar todo”, señala el joven cuya vida saltó a luz ante los miles de jóvenes en la Costanera de Asunción, durante la visita del Santo Padre.
"Éramos dos hermanos, mi papá murió antes que mi mamá. Ella se enfermó y tuve que ir a vivir con otra familia porque ya no podía cuidarnos. Lo que más me dolía era el trato diferenciado que recibía, no precisamente de mi tío, sino de los demás”, manifestó Manuel, un tanto tímido y resistido para contar su historia de criado.