EFE
Lo que antiguamente era una tradición con connotaciones románticas, una especie de “teatrillo” –explica a Efe Roser– que los amantes montaban para escapar de matrimonios indeseados concertados por los padres, en las últimas décadas se ha convertido en un acto violento donde la opinión de la mujer no cuenta.
Se da sobre todo en las zonas rurales, y a menudo las víctimas son chicas jóvenes que se han marchado a la ciudad a estudiar en busca de la emancipación.
Las persiguen hasta allí y las traen de vuelta al pueblo “a ordeñar vacas”, según refleja el documental titulado precisamente Grab and run (Atrápala y corre) y filmado en el sureste del país, en la región de Issyk Kul.
“Durante la época soviética se impulsó un cambio en el rol de la mujer en la sociedad, las mujeres comenzaron a estudiar y a integrarse en la vida laboral, algo que muchos hombres, principalmente del entorno rural, veían con preocupación porque les resultaba más difícil acceder a ellas”, señala Roser (Barcelona, 1978).
Con la independencia, a partir de 1991, se produjo un gran conflicto de identidad, que según la directora aún persiste, y la búsqueda de la reinvención pasa a menudo por la recuperación de antiguas tradiciones, aunque sean distorsionadas.
La cuestión es ¿hasta qué punto pueden ellas y su entorno rebelarse ante estos abusos? La respuesta es compleja. “Aunque la ley kirguiza estipula que estos secuestros son delito, la ley no se aplica, las familias no denuncian, el 90 % de las mujeres aceptan lo que consideran su destino”, asegura Roser.
La película muestra el caso de una joven que se armó de valor y acudió a la comisaría a denunciar, animada por una campaña de televisión que recordaba que las leyes les protegen. La policía la disuadió y la llevó de vuelta a casa
Detrás de esa resignación también asoman la tradición, los mitos, las supersticiones y el machismo impregnándolo todo.
Otro ejemplo: una chica que ha vivido en Moscú y ha regresado al pueblo con la intención de montar un restaurante japonés. Fue raptada y trató de escapar, pero un pan colocado en la puerta de la casa se lo impidió.
“Tienen supersticiones muy fuertes, a veces es la abuela la que se pone tumbada en medio de la puerta y es un obstáculo insalvable, saltar por encima de la abuela es la mayor ofensa que puedes hacer”, afirma Roser.
El simple hecho de haber pisado la casa de un hombre implica que la mujer ya no es pura. “Me casé con él para no avergonzar a mi familia”, explica a cámara una doctora, que se considera feliz en su matrimonio, aunque no desea lo mismo para sus hijas.
Su marido añade un matiz: “Si el secuestrador es de buena familia, no hay elección”.
A veces son las propias mujeres jóvenes las que defienden el secuestro: “Algunos hombres no se casarían nunca de otro modo”, asegura más de una. “A veces es necesario”, dice otra.
Una fue rescatada por sus padres pero a los dos días la secuestraron de nuevo. En algunos casos se impone la violencia sexual y las mujeres son violadas: “Intenté escapar una vez, pero dejé de ser virgen y tuve que quedarme; desde entonces vivo en medio de la violencia y crueldad”, confiesa una víctima entre lágrimas.
La película de Corella, que acaba de empezar su recorrido por festivales, compite en DocumentaMadrid en la sección nacional de largometrajes.
La XIV edición de DocumentaMadrid, un festival internacional organizado por el Ayuntamiento de la capital, arrancó el pasado 4 de mayo y se prolongará hasta el día 14. Un total de 11 largos y 9 cortos compiten en el apartado internacional, y 9 largos y 12 cortos en el nacional.