29 abr. 2025

Chanaleilles era una fiesta

Por Blas Brítez – @Dedalus729

Blás Brítez

Blas Brítez

Albert Camus llegó al edificio de la calle 4 de la rue Chanaleilles, en 1954, invitado por el poeta René Char, quien había arribado allí hacía unos meses y era el lugar en el que paraba el tiempo cuando no estaba en L’Isle-sur-la-Sorgue, en Vaucluse. Ocupó un estudio del tercer piso del edificio. Colocó en las paredes de la habitación los retratos de Friedrich Nietzsche y Fiodor Dostoievski. Fue su última morada en París, el lugar en el que trabajaba cuando ganó el Premio Nobel, en 1957. Vivió allí hasta que murió en un accidente automovilístico, el 4 de enero de 1960.

La edificación tiene más de un siglo y medio de haber sido erigida, y fue un hotel que perteneció a Alexis Tocqueville, el autor de La democracia en América. El propio Char vivió hasta 1978 en ese lugar, en el 7º distrito de París. Casi enfrente, en el número 2, vivió a principios de los años treinta Antoine de Saint-Exupéry, en una mansión que data de 1770.

Cuando en el 2003 el escritor español Enrique Vila-Matas se alojó en un hotel de la rue Vaneau, hizo un inventario de las relaciones literarias de esa calle, en cuya intersección con Chanaleilles está la mansión. Si hubiera girado en la esquina en su afán cartográfico, a menos de cincuenta metros, hubiera encontrado el edificio de Char y Camus, y aquello le hubiera servido muy seguramente para engrosar el relato que escribió luego de quedarse tres días en las inmediaciones de la embajada de Siria, cerca de la cual vivió veinticinco años André Gide. Lo que el autor de Historia de la literatura portátil con seguridad habría ignorado —a pesar de registrar el inmueble— es que en el cuarto piso de ese mismo sitio —el otrora dedicado al personal de servicio, casi como una metáfora tercermundista— vivió un poeta paraguayo: Rubén Bareiro Saguier. Sabría menos aún que, a la vuelta de su hotel en el que discutía sobre los edificios del barrio con su editor francés, este poeta sudamericano recibió en setiembre de 1976, dos años antes de la marcha de Char, a un novelista recientemente escapado de la atmósfera opresiva —hace exactamente cuarenta años—, de la dictadura militar argentina, todavía debilitado por su primer infarto: Augusto Roa Bastos. El autor de Biografía de ausente solía cruzarse con Char cuando este estaba en París y se saludaban amablemente en los rellanos. Roa pasó una semana de ensueño parisino en ese cuarto piso, con Bareiro Saguier y el crítico Jean Andreu —uno imagina que regada de vino, aunque Roa prefería el té, ante las cargadas de sus amigos—, antes de dirigirse rumbo a Toulouse, la ciudad en la que viviría por los próximos veinte años.

Un pedazo de la historia de la literatura paraguaya habita hasta hoy sobre un trozo de la historia de la literatura francesa del siglo XX, en el festivo número 4 de la rue Chanaleilles.