21 nov. 2024

Cincuenta años de Rayuela, lúdica y genial

La novela más célebre de Julio Cortázar, publicada el 28 de junio de 1963, cumple cinco décadas. Medio siglo de una obra que sigue cosechando lectores, sobre todo jóvenes.

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<h3>Rayuela o la máquina de la imaginación</h3>

Por Carlos Cortés

Escritor y catedrático

carloscortes@racsa.co.cr

Quien conoce París después de haber leído <em>Rayuela</em>, no puede evitar una cierta desilusión al ver palidecer a una de las ciudades más hermosas del mundo frente a la contundente realidad de la ficción. Saber que esta obra está más viva que nunca, 50 años después de su edición original, es el único consuelo posible a la inexistencia física de La Maga.

<em>Magnus Opus</em> de la aventura metafísica, <em>I Ching</em> de la novela latinoamericana, tangram de París, cábala porteña, <em>Rayuela</em> es más que un texto mítico. Es un mito, poseído de la hierofanía que le otorga el hecho de ser un libro-juego, el “rayuel-o-matic”, un artefacto, una cámara de secretos, un gabinete de magia, un laberinto de espejos que le propone múltiples imágenes y versiones transtextuales al lector, que se leen y se recomponen en cada lectura. Es una de las pocas novelas experimentales de la literatura moderna que, al mismo tiempo, es canónica. La tesis, la antítesis y la síntesis son la escritura misma.

<strong>Fragmentada y legible</strong>

Lo extraordinario de Rayuela es que, sin perder su explosiva fragmentación, es legible y, como todo acto de magia, hipnótica, con o sin “capítulos prescindibles” (como se denomina la tercera sección de la novela o “De otros lados”).

Quizá porque Julio Cortázar fue cronológicamente mayor entre todos los autores del boom -le llevaba 22 años al menor, Mario Vargas Llosa-, y el primero en fallecer, en 1984, su obra no ha cesado de cobrar densidad estética y conceptual, y de ser revalorizada sin perder sus características lúdicas.

No hay que perder de vista que <em>Rayuela</em> es una máquina de imaginar, un juego, una ouija intertextual, un tarot que, en su arte combinatoria, recupera el espíritu del que realizaron en 1941 André Breton y los pintores surrealistas Wifredo Lam, Max Ernst y otros.

La novela de Cortázar es un homenaje a la revolución absoluta de la libertad y a las dos épocas de mayor creatividad literaria en el siglo XX: el periodo de las vanguardias históricas, en la década de 1920, y la corta primavera de la imaginación en la que los escritores, filósofos y artistas se reunían en Saint-Germain-des-Prés, en París, después de la Segunda Guerra Mundial. Sus antecedentes están en los clásicos del surrealismo <em>El campesino de París</em> (1926), de Louis Aragon; <em>Nadja</em> (1928), de André Breton, y en los <em>Ejercicios de estilo</em> (1947), de Raymond Queneau.

<strong>Un tiempo ritual</strong>

El París de <em>Rayuela</em> o la <em>Rayuela</em> de París no es el de la historia, sino el del mito. Aunque la literatura de Cortázar no tenga nada que ver con el realismo mágico latinoamericano, sino con la literatura fantástica rioplatense, el tiempo de <em>Rayuela</em> no es histórico ni tampoco cíclico, sino ritual. Es “la búsqueda del comienzo”, como llama Octavio Paz a la revolución surrealista.

En el caso de la novela, es el absoluto (La Maga, el amor, el amor que sigue siendo amor, la reinvención del amor) traducido al lenguaje recién creado del narrador argentino o de su personaje Horacio Oliveira cuando dice: "... un día, ya no para él pero para otros, algún día esa pared va a caer y del otro lado está el kibutz del deseo, está el reino milenario, está el hombre verdadero, ese proyecto humano que él imagina y que no se ha realizado hasta este momento”.

El kibutz del deseo adquiere numerosas formas en el imaginario de Cortázar y se identifica con el tercer ojo budista, “el centro del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta, a una extensión sin límites”. Ygdrassil es el árbol de la vida en la mitología nórdica. En otras obras del argentino, la búsqueda del absoluto es “la noche pelirroja” (Prosa del observatorio), que en Rayuela, como en el juego infantil, va de la Tierra al Cielo.

Rayuela es parte de la trilogía lúdica de Cortázar, junto con <em>62, modelo para armar</em> (1968) y <em>Libro de Manuel</em> (1973). Las tres obras son, como se dice en la segunda, “modelos para armar” -término tomado de los juguetes de la época-, libros-artefacto o juegos, textos que persiguen la reunificación perdida entre la palabra y la existencia, la imaginación y/o la vida.

<strong>Tres lecturas de la novela</strong>

Desde su aparición, en 1963, Rayuela ha tenido tres momentos o estadios de lectura. Al principio se leyó como un objeto de culto, para iniciados, en un periodo en que todos los lectores de literatura latinoamericana se sentían iniciados. Posteriormente, cuando su autor se comprometió con Cuba y luego con Nicaragua, y por diferentes motivos la novela del boom perdió el estadio de gracia en que vivió desde la década de 1950, se leyó como un texto difícil, escrito para especialistas.

En la actualidad, me atrevo a decir, sus nuevos lectores vuelven a inventar <em>Rayuela</em> desde otros parámetros y la (re)descubren no solo como uno de los grandes textos narrativos de la tradición occidental, sino como una maravillosa novela de amor, quizá la mejor de la literatura latinoamericana.

Quien lee <em>Rayuela</em> como ritual de iniciación, no puede olvidarla. Tampoco puede olvidar el París de <em>Rayuela</em> ni puede dejar de buscar a La Maga, esté donde esté. ¿Cómo olvidar el Capítulo 7 y repetir y seguir repitiendo, a lo largo de la vida, aquellas palabras mágicas? “Toco tu boca, con un dedo toco el borde tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera...”.

<h3>Una aventura intelectual</h3>

<strong>Por Osvaldo González Real</strong>

Escritor y crítico

Hay un cambio radical -un antes y un después- en la literatura latinoamericana al aparecer, en 1963, <em>Rayuela</em>. La imaginación es “subversiva”, decía un famoso escritor, y en el caso de esta obra, que, además, es transgresora en todos los sentidos, se debe hablar de la persecución y la búsqueda de una verdad, de “un centro”, como dirían los taoístas. Desde este punto central (especie de Aleph borgeano) se podrán contemplar el mundo y los avatares sociales y políticos con una ventaja radical. Ese juego de niños llamado rayuela, que todos habremos jugado, alguna vez, es una metáfora de la condición humana y un camino por el cual -a saltos- quizá podremos llegar a la meta final marcada por nuestro destino.

Este libro -que es muchos libros- se puede leer de dos maneras, es una cosmovisión personal, un intento de comprender la totalidad de la existencia humana, a través de personajes antagónicos y complementarios como Horacio Oliveira, el intelectual; La Maga, epítome de la condición femenina dentro de un mundo alienado, y Rocamadour, el bebé que de alguna manera da sentido a la vida de estos seres en el exilio. La obra no está escrita “para los que aprietan el tubo del dentífrico desde abajo”, está destinada a los lectores que tratan de desvelar el enigma de la existencia y navegar en el “Río de Heráclito” sin temor a naufragar en el intento. En alguna parte dice el autor: “Me costaba mucho menos pensar que ser” (refiriéndose al “dictum” cartesiano). La “fiaca” argentina de Oliveira, el rosarino, quizá le permitía tener una actitud distinta ante la realidad europea, ya que el mate rioplatense, que él sorbía constantemente, lo relajaba ante los problemas que le presentaba la urbe parisina.

<strong>En contra del convencionalismo burgués</strong>

En una carta a Neruda, Cortázar elogia el cambio de rumbo en la poesía del gran escritor chileno, refiriéndose a la aparición de <em>Canto General</em>, que sin renunciar al lirismo se vuelca hacia el diálogo con su pueblo, y se vuelve “un viajero de palabras, un capitán de ideas, un jefe de hombres desde el verbo”. Él mismo seguirá esta ruta, alejándose, paulatinamente, de su primera etapa surrealista, para convertirse en formidable crítico de la sociedad contemporánea. El autor de la gran novela <em>Paradiso</em>, Lezama Lima, había, justamente, comentado -refiriéndose a Cortázar- “que admiraba sus dones críticos tanto como los de creador”. Y es notable cómo en <em>Rayuela</em> se observa este hecho: el esoterismo del Club de la Serpiente, y las preocupaciones metafísicas de sus miembros se entremezclan con furibundas tiradas de humor negro y ataques despiadados al “orden establecido”, sustentado por la hipocresía de los convencionalismos burgueses.

La Maga, en este sentido, es un personaje crucial en la novela: su ingenuidad y su sinceridad absolutas van a contrapelo de las “reglas morales” establecidas. Su sabiduría “anti-intelectual” es innata y está centrada sobre alguien muy particular, un ser inocente e indefenso como es Rocamadour.

El episodio de la pianista fracasada, Berthe Trepat, es una de las piezas maestras de esta obra de ficción. Retrata a los “fracasados” de una sociedad donde solo valen el éxito, el estatus social y la opulencia. Ella está condenada al ostracismo, a ser considerada un desecho humano de la sociedad de consumo. Toda la obra está acompañada musicalmente con citas de grandes músicos de “blues” y del jazz norteamericanos. Desfilan autores como John Coltrane, Stan Getz, Bix Beiderbecker, Thelonuis Monk y otros, no menos famosos. Este paralelismo entre lo que se escribe y se escucha como fondo de lo que ocurre, es un logro notable, ya que le da un sesgo polifónico a la historia.

En suma, este gran escritor, elogiado por el propio Borges (muy avaro en alabanzas), logra con este experimento literario el reconocimiento universal de los grandes críticos de la época.

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