29 abr. 2025

Crímenes del futuro

Guido Rodríguez Alcalá

¿Fueron los rusos? No lo sé. De cualquier manera, no le tengo lástima al pobre Trump, que no es tan pobre, si es que los rusos lo hackearon.

Es lo que se hace en todo el mundo, desde hace algún tiempo: es lo que les pasó a Angela Merkel, Ricardo Lagos y otros jefes de Estado, y no fueron los soviéticos.

Ahora Trump puede decir: soy el primer presidente norteamericano hackeado, que siempre es un honor.

Internet se presta porque ha crecido y seguirá creciendo. Sobre el tema, existe un libro muy interesante, el del norteamericano Marc Goodman, Crímenes del futuro (Future crimes, publicado en 2015) Un Iphone de hoy (dice Goodman), tiene más capacidad de procesar datos que la que tenía la NASA cuando puso el Apolo 11 en la Luna.

En diez años, Facebook pasó de cero a 1.300 millones de usuarios; cada día se ponen 350 millones de fotos en Facebook y se hace click en “me gusta” 6.000 millones de veces.

Si podemos decir que hoy internet tiene el tamaño de una pelota de golf, en poco tiempo tendrá el del Sol. No solamente las computadoras, teléfonos y tabletas estarán en línea, sino también cada auto, tren, casa, utensilio y animal doméstico.

El vicepresidente Dick Cheney tenía un marcapasos conectado a un sistema de control de un hospital, y le quitaron la conexión para evitar un atentado.

Todo sistema es hackeable. Esto vale para los autos sin conductor, para los drones, para cualquier cosa que se incorpore a un sistema.

La tendencia es ponerle un chip a todo, desde las vacas hasta las latas de cerveza, para tenerlo todo bajo control, en el buen sentido de la palabra.

También puede ser en el mal sentido de la palabra, porque para ello están los hackers. Algunos son más bien traviesos, como el adolescente que entraba al sistema del FBI y dejaba el mensaje: adivinen quién soy. Otros son más pesados, como el adolescente que descarriló un tranvía en Viena (sin consecuencias fatales, por suerte).

Los que vacían cuentas corrientes y tarjetas de crédito ya son más perjudiciales; para colmo pueden utilizar un mecanismo muy ingenioso.

Uno puede revisar su cuenta en internet, ya se la han vaciado, pero en la pantalla de la computadora no aparece lo que falta; uno se da cuenta cuando es demasiado tarde.

Esta diferencia entre lo que se ve y lo que hay no se da solamente en cuestiones de dinero, dice el autor. Con harta frecuencia, confiamos demasiado en lo que nos muestra la pantalla (screen en inglés), que puede dificultarnos la comprensión de la verdad.

No solamente se miente diciendo una cosa por otra, sino también mostrando imágenes que, sin ser falsas, nos impiden desarrollar una visión de conjunto. Aunque en teoría aceptemos el lema de In God we Trust (en Dios creemos), en la práctica estamos más cerca de In Screen we Trust (creemos en la pantalla).

Participa en la manipulación lo que me permito llamar una alianza público privada: Gobierno y empresas dedicadas al negocio de la propaganda.

Ha sucedido en Estados Unidos, en Rusia y en China, con interneteros pagados que, haciéndose pasar por navegadores independientes, sirven a un sistema de desinformación. (También los hay en el Paraguay.)

No todo está perdido por eso, nos dice este libro de 610 páginas, cuyas propuestas de soluciones ya no puedo comentar aquí.