“No podía estar en Paraguay sin estar con ustedes, sin estar en esta, su tierra”, arrancó el Santo Padre sin ocultar su alegría por estar ante el pueblo bañadense, que desde la noche del sábado aguardaron en vigilia su histórica visita.
“SU tierra” figura en el papel de su discurso. Ese detalle más el gesto de Francisco al expresarlo puso de relieve la defensa por las parcelas ocupadas por los ribereños, ante el temor que tienen los pobladores de que se los desahucie de la bahía de Asunción.
“Al pensar en ustedes me recordaba de la Sagrada Familia: ver sus rostros, sus hijos, sus abuelos. Escuchar sus historias y todo lo que han realizado para estar aquí, todo lo que pelean para una vida digna, un techo”, siguió ante la continua ovación de los miles de bañadenses que casi colmaron la canchita ubicada frente al escenario montado para el encuentro.
El Papa valoró el esfuerzo de los ribereños para reponerse ante las penurias que pasan ante cada inundación. “Una lucha que no les ha robado la sonrisa, la alegría, la esperanza. Una pelea que no les ha sacado la solidaridad, por el contrario, la ha estimulado y la ha hecho crecer”, certificó.
Uno más. Apenas llegó Francisco al Bañado Norte, ingresó al primer pasillo y a pie –como estaba previsto– fue hasta una de las humildes viviendas que visitó antes de la ceremonia.
Tras el emotivo saludo y bendición que dio a dos ancianas, antiguas pobladoras del lugar, se mostró ante la multitud envuelta ya en una atmósfera de fervor religioso.
Las inscripciones de parte de las 2.500 cartas al Pontífice se robaron su atención. Por espacio de unos minutos, Francisco observó los mensajes y dibujos hechos por niños y niñas de toda la ribera capitalina, junto al nombre de seis parroquias bañadenses.
Luego el Papa realizó una ofrenda floral en la pequeña capilla San Juan. “Su Santidad, esta es tu casa”, le expresó el padre Ireneo Valdez, párroco del templo Sagrada Familia.
“Te sentimos hermano de la mujer recolectora, del pescador, del albañil, del carpintero, del desplazado, del limpiaparabrisas, del campesino, del indígena –enumeró–; te sentimos hermano de aquel que no alcanza a vivir humanamente; te sentimos hermano del bañadense”.
Y Francisco, acostumbrado a compartir –como en sus días de arzobispo de Buenos Aires– con los pobres de las villas del conurbano, se sintió un bañadense más.
Esperanza. Previo a su mensaje, dos representantes sociales elevaron sus voces para graficar la realidad que atraviesan al Santo Padre. “El Estado no se ha ocupado de nosotros, ni nos mira ahora con buenos ojos. No nos ven como sujeto de derecho, sino que para sus responsables somos –según nos suelen decir– un pasivo social, somos un problema a solucionar”, expuso María García, quien habló en nombre de las organizaciones sociales de los bañados.
Angélica Riveros, en representación de los grupos eclesiales de la ribera, fue incluso un poco más cruda: “En nuestro país, Santo Padre, se ha instalado la política de la pobreza, que excluye a los pobres, que nos hace sentir infelices porque donde no hay justicia no hay paz y eso es lo que nos duele”, lanzó.
Ambas pusieron acento sobre los planes viales e inmobiliarios que los excluyen y amenazan con el desarraigo.
“Lo que él deja es la esperanza de la lucha, de seguir adelante y conquistar estas tierras que son nuestras”, apuntó María al término de la cita.
“Quiero bendecir la fe de ustedes, quiero bendecir sus manos, quiero bendecir su comunidad”, expresó el Papa antes de despedirse con la oración del Ore Ru.