De las maravillas cinematográficas que el último Festival Internacional de Cine de Asunción nos ofreció este mes, pude ver el excelente documental El marqués de Wavrin, del castillo a la selva. Las impresionantes imágenes que este noble belga nos legó de las distintas etnias que aún vivían en Paraguay y otros países de Sudamérica en las primeras décadas del siglo XX son, sencillamente, espectaculares para aquellos que aprecian el valor del documental etnográfico.
Wavrin fotografió y filmó rituales a los cuales ningún otro blanco tuvo acceso en su momento. Los registros son simples en el sentido de que no hay ninguna intención dramática excepto grabar todo lo que se pueda, aunque a medida que iba y volvía de Europa sus proyectos eran cada vez más ambiciosos cinematográficamente hablando. Eso no quiere decir que el marqués no acusara los vicios de los hombres blancos de su época, y más aún de los nobles. Le encantaba cazar, por ejemplo, y mientras convivía con los nativos de América, se pasó dando rienda suelta a su rifle contra todo animal, algo que sus “amigos” indígenas jamás le enseñaron.
Cuando las imágenes de este aventurero belga iban pasando frente a mis ojos, me preguntaba si los investigadores en antropología e historia alguna vez supieron de la existencia de estos materiales. Tantos extranjeros han llegado a América para estudiar nuestro pasado y a sus pueblos originarios que Wavrin es uno más de una larga lista, y eso que preparación científica no tenía, a diferencia de otros.
Paraguay recibió a muchos investigadores como Susnik, Clastres, Boggiani, Munzel, Schmidl, Meliá, a quienes podemos sumar una más amplia de paraguayos que han aportado a antropología y etnografía. El legado que estas disciplinas han hecho es incuestionable, y por lo mismo nadie puede decir que esta tierra no tenga tradición investigativa en dicho campo.
Sin embargo, en estos 130 años ninguna universidad se ha animado a crear la carrera de antropología y disciplinas afines. Con todo el cúmulo de estudios y tradiciones, con todo el trabajo de campo posible, con toda la riqueza urbana, rural e indígena que ofrece, la carrera no existe para ninguna universidad. De esto discutíamos con los alumnos de la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas de la UNA, que desde hace años claman por desanexarse de la Facultad de Derecho y tener vida propia para que la ciencia política y la sociología puedan por fin despegar del yugo politiquero y seccionalero que siempre aprisionó a dicha facultad.
Pero no solo sería positivo que tengamos la Facultad de Ciencias Sociales (Facso), sino que ojalá alguna vez tengamos una Facultad de Derecho que no solo produzca abogados politizados, sino también conocimiento. El apasionante campo de investigación que es la ciencia jurídica también aguarda su independencia.