La ambición más rara es la de tener a Dios como posesión suya. Desgraciadamente todas las religiones luchan para ver quién se hace dueño de Él. Pero Dios no cabe en ninguna catedral, mezquita, templo o sinagoga.
¿Entonces?
Dios es de todos porque todos están en Dios y Dios está en todos. No importa que seamos buenos o malos. Una de sus obras, el Sol, nace cada mañana para todos, sin importar su catadura moral o ética.
“Dios es amor”. Yo diría “el” amor. Y por eso, lo único que desea ardientemente es que, ya desde ahora en la tierra y para siempre, la humanidad entera disfrute de su creación.
El teólogo José Antonio Pagola lo dice más concretamente: “Dios sufre en la carne de los hambrientos y humillados de la tierra. Está en los oprimidos defendiendo su dignidad. En los que luchan contra la opresión alentando sus esfuerzos. Está siempre en nosotros para “buscar y salvar” lo que nosotros estropeamos y echamos a perder”.
Dios no es de los cristianos de una Iglesia concreta y mucho menos de un solo pueblo, sea el brasileño o paraguayo. Tampoco es de los judíos solamente ni de los palestinos. Ni de los taoístas o de los budistas. Y cuidado, también es Dios de los no creyentes. Es de todos los seres humanos sin exclusión. Lo acepten o no. Reciban a su hijo predilecto, Jesús, o todavía no lo conozcan.
Diciendo todo esto me parece que deberíamos purificarnos de miles de prejuicios que nos separan o enfrentan.
Y pienso que es obligación de todos afianzar la unión entre todos.