“No nos une el amor, sino el espanto / será por eso que la quiero tanto”. Con estos versos, Jorge Luis Borges expresa su ambigua relación con Buenos Aires.
Con los mismos versos, un analista español expresó la ambigua relación entre la Unión Europea y Estados Unidos, la que estaba detrás del acuerdo de libre comercio llamado TTIP.
La UE tenía miedo de quedar rezagada a causa del crecimiento económico de China, y quería salvarse con el TTIP, aún haciendo concesiones que no satisfacían del todo a los dirigentes de la UE.
Con la asunción presidencial de Donald Trump, las negociaciones del TTIP han pasado a la congeladora, aunque no las negociaciones entre las multinacionales, que estaban detrás de esas tratativas, por considerarlas muy provechosas para ellas. Ahí jugaron un papel muy importante las empresas químicas, que consiguieron impedir la prohibición de numerosos productos químicos peligrosos en la UE.
Después de aquello, siguió el tira y afloja con relación a los transgénicos, más resistidos en la EU que en Estados Unidos, y resistidos con mayor éxito.
En Estados Unidos, la autoridad encargada del asunto es la FDA, que regula la comida y los remedios; en general, lo hace con el principio de que, mientras no se pruebe que un nuevo producto es tóxico, se lo puede lanzar al mercado.
En la UE, la autoridad en el ramo es la EFSA, que se guía más bien por el principio de precaución: mientras no se pruebe que un producto no es tóxico, no se lo puede lanzar al mercado.
Hacia 1990, la FDA decidió que los alimentos transgénicos eran “sustancialmente idénticos” a los orgánicos, así que no era indispensable hacer estudios sobre su toxicidad. Hasta el momento, la EFSA no ha aceptado ese principio, sin ser por eso demasiado firme frente a las presiones de la gran industria.
Con los transgénicos está muy relacionado el glifosato, el herbicida favorito de la multinacional Monsanto.
En este momento, hay más de cincuenta demandas contra Monsanto en los Estados Unidos, emprendidas por personas que tienen cáncer y lo atribuyen al glifosato, que Monsanto lanzó al mercado con el anuncio de que era tan inofensivo como la sal de cocina. Después cambió su eslogan: es ligeramente tóxico.
Numerosos estudios científicos afirman que el glifosato produce cáncer; como contrapartida, otros estudios científicos dicen que no. Curiosamente, los que dicen que no los emprendieron personas o entidades relacionadas con Monsanto.
En la UE, la EFSA ha autorizado el uso del glifosato por diez años más, una decisión que ha sido muy criticada. El fundamento de la crítica es que un juez norteamericano obligó a Monsanto a publicar muchos documentos internos de la empresa. Uno de ellos es que Jess Rowlands, un ex funcionario público muy relacionado con la empresa privada influyó en la autorización de la EFSA con una llamada telefónica.
Véase el artículo del Guardian del 24 de mayo pasado, puesto en internet: “EU Declared Monsanto Weedkiller Safe...”. En todas partes se cuecen habas.
El escándalo de la llamada, sumado a la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París, ¿modificarán decisivamente la relación de amor-odio entre el Viejo y el Nuevo Mundo? Yo creo que sí.