Producción: An Morínigo.
Volver a casa para quedarse después de una temporada fuera genera sentimientos encontrados. Al principio son abrazos a destajo, risas descontroladas, felicidad desbordante y continuas fiestas de bienvenida. Normalmente, cuanto mayor haya sido el tiempo afuera y más larga la distancia, mayores serán estas sensaciones.
Dar el primer paso
“Irse es fácil, se trata más de una cuestión de espíritu. Y uno estando afuera se las arregla. Lo más difícil es volver. Eso es lo que más cuesta. Yo regresé en octubre de 2015 y todavía hasta hoy hay veces que me cuesta adaptarme. No se trata de un proceso que dura una semana”, explica el sociólogo Carlos Peris, que además de hablar como profesional lo hace desde la experiencia. Él vivió en Madrid durante un año mientras hacía una maestría en Acción Solidaria e Inclusión Social. Pero además de España, tuvo estancias cortas en Alemania y Portugal. Cada experiencia, según cuenta, le marcó.
“Donde fueres, haz lo que vieres”, dice una famosa expresión que utilizan mucho los viajeros y que recomienda adaptarse a las costumbres y hábitos del lugar en el que se está, lo que implica respetar sus normas, horarios, leyes, idiosincrasia... Pero adaptarse a una nueva cultura, a un nuevo lugar, no es tarea sencilla, lleva un proceso importante. “En un año, probablemente seis meses sean de adaptación y después ya vienen los seis meses a los que llamo los más cálidos, en que ya conocés a la gente, ya tenés amigos, ya te habituás a la ciudad, a tu sistema laboral o académico, entonces estás más tranquilo y disfrutás”, explica Carlos.
Enfrentarse a nuevos retos, descubrir facetas de uno mismo que se creían desconocidas, sorprenderse y dejarse sorprender por el mundo son algunas de las cosas que depara una experiencia como esta, además de aprender y ampliar la visión del mundo. Se asimila que lo diferente es diversidad y se entrena la tolerancia como un bien magistral. “Probablemente, acá nosotros no nos damos cuenta, pero somos sumamente agradables y cálidos, saludamos, pedimos por favor, pedimos permiso hasta para hacer una pregunta. En otros lugares no te saludan, no te piden por favor ni permiso y no es que no lo hagan porque sean maleducados, sino porque es su cultura y hasta con esas cosas uno tiene que encontrarse y lidiar”, analiza el sociólogo.
Pero en esta nota no vamos a hablar de irse, sino de volver. Volver a casa después de vivir una experiencia en otro país. De la vida después de la vida en otro lugar. Es imposible negar el choque que esto produce, por más familiar que resulte el entorno al que se regrese.
Volver es la consigna
El sociólogo insiste en que lo más difícil es regresar, no irse, porque al partir uno se ve obligado a dejar su zona de confort y adaptarse a un sistema que funciona, aparte de que uno va emocionado por conocer un lugar nuevo y vivir una nueva experiencia. “De cierta forma, uno se va como una esponja, a absorber absolutamente todo; y después regresa como una esponja cargada y lo único que quiere hacer es exprimirla, pero cuesta encontrar ese balde, los espacios para ejercer, innovar o para llevar a cabo todo eso que te fuiste a aprender”, aclara.
Si bien se retorna a una zona segura y donde se siente que uno tiene el control, volver puede resultar inquietante al principio, debido al choque cultural que se genera al reinsertarse. Esas diferencias pueden incidir en las relaciones personales, en la salud e incluso podrían opacar el aprendizaje logrado en el exterior. Peris explica que esto tiene que ver con que uno viene de afuera con una estructura totalmente diferente. “Vamos a suponer que la estructura paraguaya es un cuadrado y uno viene con una estructura circular, y para insertarse en la estructura local, uno tiene que traer esa estructura nueva y adaptarla. Puede ser muy difícil, porque uno viene de afuera con ideas frescas y ganas de generar cosas, y al chocar con eso parece pincharse el globo y de a poco uno va sintiendo que las ideas nuevas lentamente van desapareciendo. Lo que uno descubre estando afuera es que hay otras formas de hacer las cosas”, afirma.
Para muchas personas, superar las diferencias puede llegar a ser verdaderamente difícil. Sin embargo, la superación de este proceso resultará algo positivo y al final el intercambio será provechoso. Carlos tuvo la experiencia de vivir en otros lugares y viajar a otros países y asegura que, después de tantos kilómetros recorridos, se siente dispuesto a vivir en cualquier parte del mundo, pero de momento encuentra su estabilidad en Paraguay. La pregunta es: ¿por qué? “Por dos cosas: Paraguay es un país de muchas oportunidades donde hay muchísimas cosas por hacer, donde todo está listo para empezar a hacerse. La segunda cuestión es la familia, la gente querida, los amigos. Estando lejos me di cuenta de lo mucho que extrañaba esa contención. De la experiencia de vivir afuera lo que más destaco no es tanto haberme ido a estudiar, sino el hecho de haber vivido en otro lugar. Y eso es lo que en definitiva a uno le cambia”, señala.
Está claro que la persona que vuelve de un viaje nunca es la misma que la que se fue, porque toda experiencia mueve las estructuras internas y muestra un aspecto nuevo y distinto de la realidad, pero bienvenida sea. Porque esas situaciones que cambian a uno, también lo transforma en una persona un poquito diferente a la que era, lo lleva de un yo a otro yo. Historias que valen la pena compartir, como por ejemplo, la de los ciclos que se cierran y comienzos que reinician.
Dejarlo todo
Literalmente, este es el caso de Blanca y Bernardino Irala. En plena crisis del año 2003, Blanca decidió empezar de nuevo en Málaga (España), pero apenas tres meses después, su marido, Bernardino, la seguiría. Empezar de nuevo es un decir, ese reinicio implicaba dejar en Paraguay a sus dos hijos, una adolescente de 15 años y un chico de 13. “La decisión fue difícil, porque todo era muy incierto. Te vas a 14.500 km, y no es que si mi hijo se siente mal, yo voy a poder venir corriendo junto a él. Nosotros éramos como mamá y papá gallina”, recuerda hoy entre risas Blanca, aunque en ese momento no fue nada fácil.
Lo que inicialmente sería una estancia de dos años se alargó y el momento del retorno se volvió incierto. Y es que a veces la nueva vida puede tener una fecha de caducidad, porque casi siempre hay limitaciones o se sabe que uno no se va a quedar ahí para siempre. O muchas veces no es para siempre que uno decide mudarse.
Allá trabajaron en una finca y poco a poco fueron resolviendo los problemas económicos que habían dejado en Paraguay y que fueron los motivos que los llevaron a embarcarse hacia el Viejo Continente. Cuando volvieron, en 2015, trajeron consigo un camioncito furgón refrigerado, que Bernardino utiliza para hacer distribución de mercaderías para una empresa.
Blanca afirma convencida que la experiencia de vivir tantos años afuera le ayudó a cambiar su perspectiva de muchas cosas. “Me sirvió para romper prejuicios”, asegura. Y enseguida narra una de las experiencias que la llevaron a aprender eso. Allá hay más paraguayos procedentes del campo que de la ciudad —explica— y muchos de ellos ya hablan completamente como andaluces, porque se trata de gente que llega sin saber hablar castellano y aprende a hablarlo allí. “Yo siempre criticaba su acento español, hasta que un día le dije a mi compañera que hablar así era como olvidarse de su propio origen, del lugar de donde vienen, y ahí me explicó que ellos aprendieron el idioma de esa manera. Ese día entendí que a veces juzgamos muy a la ligera, sin conocer la historia que hay detrás de cada persona”, reflexiona.
Además de superar los prejuicios, Blanca dice haber aprendido otras cosas. “Durante más de 22 años trabajé detrás de un escritorio con acondicionador de aire y allá me fui a trabajar en algo que no conocía, solamente con el pensamiento de que te vas a trabajar y que al volver vas a continuar haciéndolo, en lo que sea. Es increíble cómo a veces te ponés a pensar en que actuamos de acuerdo al momento y al sitio en que estamos. Y cómo eso te ayuda a encontrarte y descubrirte a vos misma y decís: ‘Soy capaz de hacer esto’. Por eso siempre decimos que los paraguayos no somos ingenieros, pero somos ingeniosos. Me fui allá a comenzar de vuelta y volví a mi mundo, a mi origen, para volver a empezar”, evalúa.
Hogar es donde el corazón está. Y precisamente por eso es tan difícil volver, porque los que se fueron ya tienen el corazón en muchas geografías, en muchas otras personas nuevas, en muchas culturas diferentes y hasta en hábitos incomprendidos para los que se quedaron.
Esta mujer reconoce que pese a la nostalgia y la añoranza, en un momento se siente como si tuviera dos familias. “Así como te costó dejar tu país, también te cuesta dejar el otro lugar donde te fuiste a empezar. Pensás si vas a volver porque ya te encariñaste. Tanto cuando te vas como cuando volvés, tenés la misma incertidumbre. Porque decís que estás bien con un trabajo fijo, con tus hijos, tu casa. De los dos lados siempre surge la pregunta de si va a salir todo bien. Esa primera sensación es fuerte; por un lado tenés tus lazos de sangre, y por otro, a la familia por elección”, detalla. Así fue que volvió al país en el año 2015, junto con su marido, por la nostalgia que sentía hacia sus hijos y su mamá. Blanca asegura que todo el tiempo le surge la pregunta de si valió la pena. ¿Y valió la pena?, le preguntamos. “Hasta ahora sí", responde con firmeza y segura de que los nuevos comienzos llegan acompañados de nuevas oportunidades.
Encontrarse a uno mismo
Siete años, siete meses y siete días. Christian Sánchez (40) tiene perfectamente contabilizada la cantidad de tiempo que estuvo viviendo en Barcelona (España). Es más, recuerda que partió un Viernes Santo, en abril de 2006. También recuerda con exactitud que en todo ese tiempo abordó 24 aviones. “La gente dice que da gusto, pero para mí fueron 24 torturas”, rememora. Como la mayoría de los paraguayos que migran, él viajó con el sueño de una mejor calidad de vida para su pequeña Nadine, quien en aquel entonces tenía cinco años de edad. Allá, su hermano lo recibió y le dio casa. “Tener un conocido que me reciba y que encima me dé hospedaje fue el empujón para irme”, reconoce.
Cuando llegó, empezó a trabajar en construcción y, más tarde, como repartidor de electrodomésticos, lo que le permitió conocer casi toda Cataluña gracias a los recorridos diarios que hacía. Pero desde el primer minuto en que pisó tierras europeas, Christian tuvo presente su objetivo: trabajar por y para su hija. No fue fácil. “Irme fue lo más difícil que hice, porque ella y yo éramos muy apegados. Al principio sufrí un montón, porque Nadine tenía la costumbre de dormir en mi brazo. Volver no es fácil, pero irse tampoco, porque recién cuando te vas empezás a valorar realmente todos los minutos que perdiste. Pero por otra parte, eso me sirvió para trabajar mejor, porque esa debilidad, que era la ausencia de mi hija, me servía para recordar por quién hacía lo que hacía. Me fui por ella para darle algo mejor, pero también me fui por mis padres y por mí, porque hay un momento en la vida en que vos tenés que reencontrarte otra vez y yo me reencontré. Hoy puedo decir que es lo mejor que pudo pasarme, porque cuando me fui sentía que estaba apagado”, recuerda Christian de su experiencia.
Pero así como recuerda con exactitud su partida, tiene anotado su regreso: noviembre de 2013. ¿El motivo? El mismo que le hizo marcharse, con el plus de que ahora volvía con una hija más: Danna.
Recuperar la identidad
Arleen López (29) acaba de llegar de Europa. El próximo enero habría cumplido 12 años de vivir en ese continente, entre Madrid, la costa de España y Finlandia. Se fue siendo muy joven, con 17 años, para ser exactos. Acababa de terminar la secundaria y fue a reunirse con su mamá, persiguiendo el sueño de la mayoría de quienes migran a tierras europeas: asegurar un futuro mejor. En Madrid pudo estudiar una diplomatura en Turismo y luego hacer un máster en Marketing, enfocándose en el marketing turístico. Durante el último año de universidad, accedió a un intercambio estudiantil en Finlandia. Para ella, cada viaje y cada estancia fueron un comenzar otra vez.
Si bien durante el tiempo que estuvo allá venía de visita a Paraguay cada tanto, esta vez decidió traer las maletas por más tiempo (para volver a empezar). Resulta que es inevitable, necesitaba volver a su tierra, reconoce. De momento, además de buscar trabajo, está buscando su sitio. Pertenecer a un lugar u otro, porque esa sensación de sentirse parte de algo y no sentirse parte de nada, al mismo tiempo, marea un poco. Es algo que descoloca y hace pensar si el siguiente paso estará bien o si el anterior fue el correcto. Las razones de Arleen son simples. “Busco recuperar el tiempo que estuve todos estos años afuera, así tenga que rearmar mi vida y empezar de cero”, afirma tajante.
Creció muy rápido. Ella asegura que salir de su casa a los 17 años y viajar le ayudó mucho para tener otra perspectiva de la vida y de la gente, porque “conocés más si te abrís”. Desde su experiencia cuenta que sus dos primeros años allá, sobre todo, fueron duros y que de hecho pensó muchísimas veces en regresar a su tierra. Y es que nadie enseña a vivir en el desarraigo ni con el desapego. Pero se armó de valor y decidió ver el vaso medio lleno. Entonces pensó que mucha gente hubiera querido acceder a la oportunidad que ella tenía, así que debía aprovechar el momento y disfrutar. Empezó a conocer personas y países.
¿En qué sentís que cambiaste?, es la pregunta obligada. “Desarrollé la mentalidad de decir que si querés podés lograrlo, que no hay que tener un pensamiento conformista, porque las cosas son difíciles en cualquier parte del mundo, pero siempre hay que trabajar duro. La gente piensa que llegás a España y ya se te abren las puertas, pero no es así. Antes de regresar pensé en buscar trabajo en otro país fuera de España, pero decidí volver porque la tierra estira”, afirma. Volver a casa nunca es fácil y más si eso implica tener que volver a aprender a vivir en tu país. “De momento intento no desesperarme mucho por el futuro y solamente aprovechar este tiempo de estar acá, de tener el contacto con mis familiares. Porque yo me perdí de muchas cosas de ellos estando allá y ellos también se perdieron muchas cosas de mí, ya que antes venía a mi país como turista y estando allá era como una extranjera, entonces ahora quiero disfrutar de estar acá, recuperar mi identidad y sentir que vuelvo a pertenecer a este lugar”, considera. Tiempo al tiempo.
Ir a vivir al extranjero es una meta a la que muchos quieren llegar, pero también de donde muchos buscan regresar, porque el lugar de origen siempre llama. Es al volver cuando se mira la vida con otro espíritu, pensando que esos pequeños desafíos cotidianos que hay que enfrentar no dejan de ser una celebración: recuerdan que se aprendió algo nuevo, que cada historia personal tiene un párrafo más. Y que Paraguay puede ser un buen punto para reiniciar.
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Cortar lazos
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Agradecemos a: Christofer Insfrán, de Agencia de Modelos PHM.