La angustia del fin del poder –para algunos– nos está llevando a todos a un escenario peligroso y complicado.
La veleidosa y nunca confiable política paraguaya ha salido a bailar en un ritmo de hip hop con letra de cumbia villera. Marginal, atrevida, insolente e impredecible.
Están cocinando todas las formalidades básicas de la relación humana haciendo que la imprevisibilidad campee y nos golpee.
Creen tontamente que los que manejan los hilos del poder ocasional están inmunes e impunes a esto, cuando en verdad ellos ya son sus primeras víctimas. Contradictorias, incoherentes e infieles a sus mandatos, los servidores están angustiados por no saber qué pasará con ellos cuando esto acabe.
El presidente Cartes es hasta ahora el principal responsable de este ritmo impuesto a la política.
Ha pisoteado en menos de un mes todas sus palabras y promesas, al tiempo de confirmar las peores sospechas sobre su persona. Los mercaderes y adulones que le rodean saben el gran negocio que esto desata. Montos que se piden y recursos que no llegan porque han sido escamoteados en el camino, infidelidades y conspiraciones que se desatan en el interior y una abierta división de su partido de gobierno cuyos efectos comienzan a ser notorios.
Ha desatado las internas de los partidos políticos y ha fragmentado el país en su camino. Por sobre todo ha terminado por parecerse a los que odiaba visceralmente: los políticos tradicionales. Estos, contentos porque le han sacado sus banderas al tiempo de alejarlo de la relación con los ciudadanos que lo veían como un outsider y castigador del sistema. Ahora es igual a todos los políticos que conocemos en su forma y fondo.
Ahora jugarán con el cháke (amenaza), que si llegan a concretar aumentará la división entre paraguayos y al acabar con el respeto a las normas se tendrá que dilucidar el conflicto en calles, plazas y rutas.
Los clavos miguelitos podrán detener por un rato la riada, pero ante la ausencia de normas y de árbitros confiables, las consecuencias serán enormes para el país. Vivimos en un mundo interrelacionado.
Lo que hagamos se sabe y repercute hacia adentro y hacia fuera. Con el daño infligido a la imagen del país, los bonos pierden su valor, los bancos locales solo comprarán a valores altos por los riesgos que supone vivir hoy en Paraguay, pierde el candidato oficial en la CAF y por supuesto lo más grave: se posponen las inversiones locales e internacionales.
Si seguimos con esto y de esta manera, las cosas no se mueven hasta marzo del 2019 en el mejor de los escenarios. La incertidumbre y la amenaza con seguir intentando violar la Constitución no le convienen al país. Estamos perdiendo todos por el capricho, angurria y codicia de unos pocos.
El país ha entrado peligrosamente en una zona de riesgo y de conflicto. Es imperioso que el presidente reafirme su comunicado oficial de finales de octubre y acabe con esta aventura violatoria de la que él será su primera víctima.