El candidato presidencial colorado, Mario Abdo Benítez, entró en camisa de once varas cuando dio soluciones militares a un grave problema social como la rebeldía juvenil, aludiendo especialmente a hijos de madres solteras.
El presidenciable estaba hablando de sus propuestas educativas y la necesidad de incluir en la enseñanza media los módulos técnicos, de modo que los jóvenes ya cuenten con una profesión al finalizar sus estudios secundarios. Seguidamente, agregó que “vamos a trabajar para darles contención a nuestras madres, hay muchas madres solteras que hoy no pueden contener a sus hijos, 4 o 5 hijos tienen y no les pueden contener en la edad vulnerable. Allá por Asunción me critican porque hablo del servicio militar obligatorio, pero nosotros vamos a utilizar los cuarteles para tener una mano contenciosa respetando al objetor de conciencia. El que no quiera tocar un arma que no toque un arma, pero que se vaya a aprender un oficio, vamos a utilizar los cuarteles para que la gente vaya a estudiar un oficio de mecánico, electricista, que sepa quién es Eugenio Alejandrino Garay, que cante el Himno Nacional y que recupere el orgullo de ser paraguayo”, le saltó el nacionalismo.
Por la polémica generada, la crítica furibunda y la reacción en las redes sociales, se vio obligado a emitir un video para aclarar sus ideas y donde denuncia “una campaña inescrupulosa, mentirosa y manipuladora que están tratando de instalar nuestros adversarios ocasionales. Si hoy es parte del debate, es porque nosotros pensamos en una mano solidaria por parte del Estado para ayudar a las madres solteras, que son heroínas de nuestra sociedad”.
Mario Abdo tocó una fibra sensible de ese Paraguay desigual que va mucho más allá de frases de campaña y cuya solución requiere una cirugía mayor que implica tocar intereses de sectores poderosos que se niegan a contribuir más al Estado a través de impuestos.
Optó por la vía fácil (y militarista) a la dramática situación en la que viven los niños y jóvenes por las condiciones de pobreza. Casi cinco de diez hogares en este país tienen a la mujer como sostén de la familia, lo que la convierte en heroína más que en incompetente.
NÚMEROS QUE DUELEN. La desigualdad en Paraguay es lacerante. Aunque las últimas cifras del Gobierno revelan una tenue caída de la pobreza, es insuficiente para hablar con optimismo. En el 2017 la pobreza y la pobreza extrema bajaron alrededor de 2% respectivamente, no es mucho comparando con el crecimiento económico sostenido y los fondos destinados a las obras públicas en la era Cartes.
Las cifras en educación son alarmantes. Según las últimas estadísticas, seis de cada diez jóvenes no logran terminar la escuela secundaria, y de esos cuatro que sí pueden permanecer dentro del sistema educativo, solo uno ingresa a la formación superior.
Recientemente, el ministro de Educación señaló que del “primero al segundo año ya pasan solo 91 de cada 100 niños que van a la escuela”.
Paraguay presenta una de las tasas más altas de deserción en la educación media de toda la región, con el 59% de deserción en la secundaria. En la universidad, la cifra es incluso más alta. Apenas el 10% de los que inician una carrera en la educación superior la culminan.
Una de las principales razones de la deserción es la cuestión económica.
Datos de Unicef destacan que a pesar de los avances logrados en los últimos años, los indicadores de pobreza infantil son alarmantes, ya que el 33% de los niños, niñas y adolescentes viven en esa situación, es decir, alrededor de 760.000 de ellos, de los cuales el 49% se encuentra en condiciones de pobreza extrema, sufriendo graves carencias de alimentación, salud y educación. Entre los niños indígenas es aún más alarmante, ya que la pobreza afecta al 77% de ellos. Paraguay está entre los peores del mundo en calidad de educación.
¿Son los cuarteles las soluciones a este grave drama económico y social?
CONSERVADOR. No es la primera vez que Mario Abdo apela al cuartel como parte de su discurso. Reflotó el servicio militar obligatorio como tema de campaña, quizá por efluvios stronistas o por márketing de campaña, o las dos cosas a la vez. En Paraguay es común escuchar que a los jóvenes delincuentes y drogadictos les hace falta ir al cuartel, como si reemplazara a políticas públicas en materia de salud, educación y empleo.
Muchos pretenden achacar a la figura de la objeción de conciencia como la causa de la mala reputación de los cuarteles. Nada más lejano a la verdad. Según Serpaj/Py, hay 147 casos de niños y adolescentes muertos y desaparecidos en los cuarteles entre 1989 y 2012. ¿No serán la ausencia de los derechos humanos, el maltrato y el desprecio a la vida del joven en condiciones de pobreza las razones del rechazo al SMO?
Habría que ver cómo sale de esta el candidato colorado, pero no será con la nefasta coloradización de la función pública como viene prometiendo, y menos obligando a sus ministros a usar pañuelo colorado los sábados y domingos, a quienes obligará “a cumplir su rol con el partido que les llevó al poder y vamos a recorrer la República del Paraguay para reconstruir esa cadena de solidaridad”.
El estado de pobreza, de emergencia educativa, de catástrofe sanitaria y las demás condiciones que ubican al Paraguay entre los peores del mundo requieren de un presidente que obligue a sus ministros a trabajar los siete días de la semana enfocados en su patriótica tarea, sin prejuicios partidarios ni pañuelos que solo han fraccionado la sociedad y pervertido la función pública.