“Los comentarios en las redes sociales no reflejan precisamente el pensamiento de la mayoría”. Con esta frase, por lo general nos autoconsolamos al leer barbaridades como “Maten a todos los gays, no solamente a los de Orlando” o “Que se quemen todos los presos de Tacumbú".
Nos aferramos a la creencia de que las redes son un microclima y que en realidad son mayoritarios quienes practican la empatía y la tolerancia. Pareciera nada más alejado de la realidad.
Aún suponiendo que la cosa sea así en algún universo paralelo; ver ese tipo de comentarios es una verdadera patada en la boca del estómago. Dirán entonces que quien escribe estas líneas es un intolerante de película por hacerse mala sangre por posteos que incitan al asesinato masivo al estilo nazi o del Ku Klux Klan. Total... ¿qué pio lo que tanto?
Me considero un hijo de la democracia, y a pesar de sus falencias y debilidades pretendo defenderla hasta que no me den las energías. Sin pensarlo dos veces, prefiero el peor día de este endeble sistema actual al mejor día de uno dictatorial. ¿Se imaginan tan solo un día sin libertad?
Creo que poner freno a esa retórica fascistoide de odio puro y duro no atenta contra el ejercicio de la libertad de expresión –algo que siempre o casi siempre argumentan quienes sugieren la reinstalación de la pena de muerte o que los milicos vuelvan a salir a las calles– sino todo lo contrario.
Urge una ley contra toda forma de discriminación, y que la misma sancione a quienes promuevan matar a los indios, los gays, los negros, las mujeres y una larga lista de etcéteras. Y no se trata de una ley que avale la unión homosexual y legalice el aborto como quieren instalar sus detractores.
Y ya que tanto nos gusta mirarnos en el espejo de los demás, fijémonos en las historias recientes de países como Sudáfrica y los Estados Unidos, donde la legislación no deja impune a la discriminación nuestra de cada día.
Porque finalmente el odio y el extremismo terminan en una masacre de 50 personas en un lugar, o en hechos más lamentables como la masacre de Ruanda. Una barbarie digna de siglos atrás que pasó hace tan solo veinte y pico años.
Para fortalecer un poquitito más esta jovenzuela democracia, sus defensores deberíamos ser intolerantes con la intolerancia (y los intolerantes). ¿Me explico?