No es fácil comprender los motivos por los cuales, en un mundo globalizado y de creciente interdependencia, un gobierno como el paraguayo se tome tanto tiempo para designar nuevos embajadores, fundamentalmente en tres destinos claves para la promoción de los intereses nacionales como son Estados Unidos, España y Alemania.
Menos sencillo aún cuando los motivos de esa demora nunca han sido explicados por nadie, menos todavía por aquel que, por mandato de la ley, es la cabeza del órgano ejecutor de la política exterior del Paraguay: el canciller nacional.
Casi un año ha transcurrido desde que las autoridades del actual gobierno asumieron sus funciones, y las representaciones diplomáticas en Washington, Madrid y Berlín continúan vacantes. Esta es la demostración más fehaciente del paso cansino que lleva nuestra Cancillería y, probablemente, hasta sea un signo del ritmo exasperantemente aletargado que esta administración imprime a su gestión. Tal pareciera que quienes nos gobiernan desconocen las urgencias que tiene la sociedad.
No obstante, tengo para mí que, dados sus antecedentes en el sector privado, el presidente Horacio Cartes es un hombre que conoce de plazos, pero al parecer su equipo no lo acompaña como él quisiera.
De lo contrario, resulta difícil comprender el motivo por el cual el Paraguay no tiene un representante e interlocutor del máximo nivel político en Estados Unidos, el país más poderoso del planeta en términos económicos y militares; o cuál sea la causa de la ausencia de embajador en España, nación en la que está radicado un número importante de connacionales, o de la falta de embajador en Alemania, estado que es nada menos que el motor y la base sobre la cual se asienta toda la arquitectura política y económica de la poderosa Unión Europea.
Todo ello, por cierto, muy poco comprensible, sobre todo para un gobierno que dice estar afanado en fortalecer el tejido de su vinculación con el mundo. En fin, según el apacible ministro Eladio Loizaga, ya se ha iniciado el proceso de designación de los nuevos embajadores, mediante la solicitud de beneplácito para los candidatos propuestos a los respectivos países.
Solo resta que el Poder Legislativo acelere los trámites para el otorgamiento –siempre que corresponda– de los respectivos acuerdos constitucionales. Cabe el urgimiento a los parlamentarios. Si fueran a actuar con el mismo “sentido de premura” que parece inspirar al canciller, esta historia no acabaría nunca.