Ella se llama Virginia Monges, es funcionaria de la Dirección de Aseo Urbano de la Municipalidad de Asunción y fue noticia al encontrar a un bebé recién nacido, abandonado en la fresca mañana del martes en el parque Bernardino Caballero. Probablemente, pocos la conozcan. Probablemente, la prensa de este país destaque su nombre en estos días y luego volverá a caer en las garras del anonimato.
Pero lo trascendente de la cuestión no es el simple hallazgo de un niño abandonado en aquel desamparado espacio verde de la capital, sino el gesto sublime de Virginia de arropar y amamantar a la criatura.
“Lo encontré llorando, entonces le alcé y le di leche para que se calme”. Esta simple frase pronunciada por Virginia al ser consultada por un diario digital nos remonta a la tibieza maternal en medio de una ciudad cada vez más fría y gris.
Esta humilde limpiadora del parque Caballero pensará que a fin de cuentas “hizo lo que tenía que hacer” y probablemente no dimensione lo que representa la decisión de calmar el hambre y el frío de un ser inocente e indefenso, resultado de la cruel e impiadosa pobreza extrema de un país donde muchos tienen poco y pocos tienen demasiado mucho.
A quienes tenemos la gracia y dicha de ser padres, este tipo de cosas nos tocan de sobremanera y nos hacen reflexionar; por eso, antes de escribir estas líneas, pensaba en abordar el acuerdo político entre la izquierda y la disidencia colorada para llevar a la titularidad del Congreso a un hijo de la dictadura. Pero no... opté por darle más importancia a una mujer a quien decidí apodar la heroína de la clase obrera.
El acto de Virginia es una reivindicación de ese amor que sigue intacto en los trabajadores. Un amor que sigue alimentando el motor que hace funcionar a este desgastado país, cuya clase política lastimosamente no está a la altura de las circunstancias.
Por eso y tal vez por mucho más, mujeres como Virginia son mis heroínas. Nuestras heroínas...