Por Elías Piris | Twitter: @eliaspiris
Fotos: Fabián Fleitas
Son las 14.30 y el calor en la mole de cemento suma puntos al estoicismo de los miles de campesinos que acampan frente al Congreso Nacional.
Ingresamos sin mayores inconvenientes. Miradas van y vienen. Somos como extranjeros caminando en nuestro propio país. Habitamos en el mismo territorio que ellos, sin embargo, vivimos en mundos paralelos.
Esa es la impresión al atravesar las carpas de hule que se extienden a lo largo de una de las plazas más emblemáticas de una capital que se va distanciando cada vez más de tierra adentro.
Muchas preguntas giran en torno a las movilizaciones que desde hace varios días crispan los nervios de quienes deben hacer trámites temprano en la mañana, llegar a tiempo a la oficina y llevar a los chicos al colegio. También son muchos los calificativos despectivos hacia los campesinos.
“Los que están arriba son los verdaderos haraganes, no los campesinos que están acampando acá”, nos dice enojada Eva Gómez, vendedora de ropas del populoso Mercado N.º 4 y quien se encuentra comerciando ropas a bajo costo en la plaza.
“Lo que más se vende son los shorts y la ropa interior”, comenta ante nuestra consulta.
Un poco más adelante de las carpas donde son muchos los que hacen la siesta, todavía se puede ver que algunos reponen energías en la olla popular. Bolsas cargadas de galletas, palitos y coquitos completan la escena. Los restos de leña se mantienen alrededor de una gran cacerola de hierro donde horas atrás se cocinó un poderoso guiso de carne.
“Es impresionante la disciplina de los hermanos campesinos, tanto para preparar la comida, limpiar la plaza y con el tema de la seguridad a la noche”, nos comenta María Rosa Arias, una de las cooperativistas que se encuentra en el sitio.
Si bien salen cada tanto a dar un paseo en familia por el centro de la ciudad, a partir de las 17.00 un dispositivo de seguridad conformado por los propios campesinos se encarga de que no haya infiltrados, es decir, que nadie más ingrese a los campamentos.
Las peñas musicales, el juego de barajas y las rondas de tereré son elementos ideales a la hora de pasar el tiempo entre las carpas.
En el medio de la plaza se erige un humilde puesto de salud que sirve para atender los casos más urgentes.
“Tenemos muchos casos de dolores de cabeza, diarrea, gripe y los más adultos padecen problemas de presión”, señala Rosa López, una mujer sonriente que oficia de médica de guardia en la carpa.
Rosa no niega sus orígenes. “Soy sanpedrana de corazón, vine desde Santa Rosa del Aguaray”.
A Rosa le preocupa que los niños contraigan enfermedades en la piel por bañarse en las contaminadas aguas del río Paraguay, algo que según relata es muy difícil de evitar.
“Por ahora estamos aguantando porque hay remedios, después apelaremos a la solidaridad de los ciudadanos. Nos va a faltar ibuprofeno y paracetamol especialmente”, añade.
Nos despedimos de ellos y salimos de la plaza. Unas cuadras más adelante, no son pocos los que utilizan las aguas de la Bahía de Asunción para refrescarse y también para lavar la ropa.
El país en una plaza. De un lado las carpas de los campesinos y del otro las casitas de chapa y madera terciada de los damnificados. Dos mundos estrechamente relacionados y que hoy se retroalimentan. En la plaza de Armas hoy está presente el país, varios se resisten a ver...