28 abr. 2025

La profecía de Simeón

Hoy meditamos el Evangelio según San Juan 1,29-34.

María y José ofrecieron el niño a Dios y lo rescataron, recibiéndolo de nuevo. Para la ofrenda, los padres cotizaron como pobres. Sus recursos solo llegaban al arancel más pequeño: un par de tórtolas. La Virgen cumplió con los ritos de la purificación.

Cuando llegaron a las puertas del templo se presentó ante ellos un anciano, Simeón, hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Vino al templo movido por el Espíritu Santo. Tomó al niño en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has puesto ante la faz de todos los pueblos, como luz que ilumina a los gentiles y gloria de Israel, tu pueblo.

El papa Francisco a propósito del Evangelio de hoy dijo: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado”, ¡pero quita el pecado con la raíz y todo! Esta es la salvación de Jesús, con su amor y su mansedumbre. Al oír esto que dice Juan el Bautista, que da testimonio de Jesús como salvador, debemos crecer en la confianza en Jesús.

Muchas veces tenemos confianza en un médico: Es bueno, porque el médico está para sanarnos; tenemos confianza en una persona: los hermanos y las hermanas están para ayudarnos. Es bueno tener esta confianza humana entre nosotros. Pero nos olvidamos de la confianza en el Señor: esta es la clave del éxito en la vida. La confianza en el Señor: encomendémonos al Señor. “Pero, Señor, mira mi vida: estoy en la oscuridad, tengo esta dificultad, tengo este pecado...”, todo lo que tenemos: “Mira esto: ¡yo confío en ti!”. Y esta es una apuesta que tenemos que hacer: confiar en él y nunca decepciona. Nunca, ¡Nunca!”.

“Escuchen bien, chicos y chicas, que comienzan la vida ahora: Jesús nunca decepciona. Nunca. Este es el testimonio de Juan: Jesús, el bueno, el manso, que terminará como un cordero: asesinado. Sin gritar. Él ha venido a salvarnos, para quitar el pecado. El mío, el tuyo y el del mundo: todo, todo”.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal).