Uno de los sectores claves a reformar en el país es el del funcionariado público.
Son más de 300.000 y hacen parte de la mayor ficción colectiva: el Estado paraguayo. Dentro caben de todo: capaces, mediocres, timoratos, arribistas y manoseados. En cada elección les recuerdan desde el poder circunstancial su carácter de esclavos.
Los insultan y amenazan. Los persiguen y expulsan, mientras la tarea que deben cumplir se resiente y todos sufrimos sus consecuencias. Entre ellos vuelven a dividirse en castas como en la India. Están los brahmanes en Itaipú, Yacyretá, ANDE, BCP o Hacienda, y los daliks (marginados), quienes deben contentarse con los mendrugos que les tiran y los seguros médicos que puedan.
Están los que viven en la ficción de trabajar en algo que no existe, como los del Ferrocarril Central, cuyos trenes no circulan desde hace más de 15 años, o los que como Copaco SA, que no reparan líneas porque dicen que desde el mismo Estado están esperando que se funda para venderlo como hierro viejo (¡). No hay nada más desquiciado, caro y corrupto que las empresas y departamentos que administra el Estado paraguayo, que cuando vemos que los manosean sus mandatarios ni nos damos cuenta de que somos sus mandantes.
En tiempos electorales son tratados como trapos sucios. Se los amenaza con despidos y algunos de manera ejemplar son echados para escarmiento de otros. Los marginados esperan volver para repetir cíclicamente la venganza contra quienes los marginaron. Los que les pagamos el sueldo ni contamos. En la ANDE nos suben las tarifas, no nos perdonan un solo día impago y sus empleados piden más salario, al tiempo de decirnos que tendremos un “verano miserable”.
No hay gobierno en democracia que resulte ser exitoso sin limpiar este yuyal costoso y desarreglado de ex profeso.
Son tan inútiles e insolentes que son capaces de luchar en la Corte para que den en arriendo particular el aeropuerto que bien administrado puede hacerse con recursos propios.
Los hijos de los empresarios privados son colocados de ministros para privatizar las rutas y los peajes, que costaron construirlos con plata de todos –casi tres millones de dólares cada uno–, se adjudiquen una vez concluida la obra a una empresa privada en usufructo por más de 30 años.
El Estado paraguayo ha sido coaptado por una cleptocracia rapaz y dañina que nos cuesta a todos millones de guaraníes todos los días por un servicio malo y corrupto. El insulto más grave es el servicio que brinda el IPS, sostenido por empresarios y empleados –y en mínima parte por el Estado–; sin embargo, su titular es puesto por el presidente de la República, cuya administración es la mayor morosa del ente. Todo mal. Hay que emprender ya la madre de todas las batallas: la reforma del Estado. Y lo debemos hacer por nuestra propia supervivencia. De lo contrario, la hemorragia continuará y el manoseo a sus funcionarios, que podría divertirnos circunstancialmente, termina siendo el insulto constante y permanente a los verdaderos mandantes: el pueblo paraguayo.