29 abr. 2025

Mis respetos, Agnes Gonxha Bojaxhiu

Por Gustavo A. Olmedo B. golmedo@uhora.com.py

Vivimos en un tiempo en que la palabra está crisis. Ante tanto manoseo de significados y conceptos, ella ha perdido en gran parte su valor y credibilidad. Decir “cosas bonitas” es fácil; lo hace el político, el presentador de televisión, el publicista; pero jugarse con hechos y posturas, dejando de lado la propia comodidad y las críticas, es otra cosa.

Por ello, entre tantos discursos y mentiras que se usan como herramientas cotidianas de convivencia y supervivencia, encontrar testimonios reales, “de carne y hueso”, como los dejados por la Madre Teresa de Calcuta, canonizada el domingo último por el Papa Francisco, es un verdadero bálsamo para el presente, una esperanza para jóvenes y adultos que buscan construir un mundo diferente.

Esta mujer, pequeña y frágil, fue capaz de desafiar el corazón del hombre contemporáneo –tan endurecido por el consumismo o la exclusiva búsqueda del dinero y el éxito–, con un testimonio de amor, esperanza y solidaridad desde “los vertederos de la Humanidad”, como lo señalan sus allegados.

Simplemente, respondiendo a su realidad y las necesidades de su entorno por ese amor a Cristo –como siempre lo recordaba–; sin grandes proyectos ni complejos programas sociales, esta religiosa albanesa permitió que miles de hombres, mujeres y niños, experimentaran –aunque sea por un instante– la dignidad de ser personas; sintiéndose amadas, merecedoras de respeto y derechos inalienables.

Su mirada era profunda, pues no solo supo reconocer la pobreza material, sino también aquella no visible a los ojos, como la soledad del hombre moderno, el dolor de quien no perdona y el abandono de quien no es aceptado ni valorado.

Luchó por la paz; se encontró con pobres y ricos, trabajó sin descanso con sus misioneras; y aunque vivió “una noche oscura” de aridez espiritual, no olvidó la sonrisa y el trabajo incansable.

Defendió la vida del ser humano por nacer con coraje. “El aborto mata la paz del mundo... Es el peor enemigo de la paz, porque es una guerra directa, un asesinato directo...”, afirmó la albanesa al recibir el Nobel de la Paz en 1979.

Su mirada era positiva, pues no despreciaba ninguna acción humana. “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”, señaló. Por todo ello, y tanto más, vayan mis respetos a Agnes Gonxha Bojaxhiu; como su nombre lo indica, un verdadero “capullo de rosa” en una humanidad que necesita volver a reconocer que el semejante es siempre un bien por descubrir y acoger.