Por Rodrigo Houdin
Producción audiovisual: Magdalena Britos
Edición: Ivonne Velazquez
Una pequeña vivienda ubicada en la compañía Santa Librada de Curuguaty, a unos 15 kilómetros del casco urbano, es el sitio donde Lucía Agüero cumple su quinto año de los seis de condena que recibió por el caso. Le otorgaron prisión domiciliaria tras realizar dos meses de huelga de hambre estando en la cárcel de Coronel Oviedo.
La mujer tenía solo 24 años cuando se produjo la matanza en Marina Cué. Según su relato, ella estuvo presente en el lugar de manera casual ya que fue a lavar ropas de su hermano De los Santos Agüero, quien falleció en la matanza.
Agüero ya había enviudado y tenía a su cargo a sus dos hijos, por lo que trabajaba cada tanto en Salto del Guairá e iba a Curuguaty eventualmente.
Tras estar recluida en la cárcel por cinco meses, el regreso a su precaria vivienda no fue un alivio ya que al llegar se encontró sin nada de lo que había construido por años.
Lucía Agüero tiene ahora 29 años y desde su precaria vivienda nos relata las penurias que le tocó vivir tras la masacre en la que 17 paraguayos perdieron la vida, ocurrida el 15 de junio del 2012.
–¿Qué recuerdas de la masacre?
–Yo no estuve mucho tiempo con ellos en el sitio. Lo que más recuerdo es que tenía al hijo de Adolfo Castro (difunto) en mis brazos y le apuntaron la pistola. Después no olvido cuando un uniformado llevó a una persona hacia detrás de una casa para ejecutarlo. Ahí solo estaba mi hermano.
Yo llegué un jueves y mi hermano me pidió que me quede unos días para lavarle su ropa. El viernes ocurrió la masacre. No es que no apoye a los compañeros de lucha, pero yo no estaba ahí en busca de tierra.
–¿Cómo es vivir en prisión domiciliaria?
–En prisión ya sufría bastante. Cuando vine aquí es como que todos los recuerdos y el dolor me volvieron a la mente. Llegué sin nada. Antes había gente que me apoyaba y después ya se olvidaron de mí. Ahora me siento sola. Hace unos meses ya nadie se acerca a ayudarme.
Uno de mis hijos vive conmigo. Ya no quiso ir con sus abuelos. Ahora va a estudiar a unos 2.500 metros de aquí. Yo pasé muchas cosas por no tener estudio y no quiero que él pase lo mismo.
Mi hijo tiene nueve años y él me ayuda bastante. Tenemos nuestra pequeña huerta, cultivos y vendemos animales cuando necesitamos.
–¿Qué cambió en tu vida tras la masacre?
–Demasiadas cosas cambiaron en mi vida, dentro de mi familia, mi persona cambió. Antes sentía que no me importaban muchas cosas.
Esto me hizo aprender muchas cosas, me hizo más fuerte pero también quedé con secuelas, soy una persona muy nerviosa.
Yo me siento abandonada, aunque mis abogados no me piden dinero para ayudarme y suelen venir a visitarme. Le pido a la gente que no deje sola a las personas como yo que pasamos por este tipo de hechos.
Mi vida nunca va a ser como antes. Hay días en que estoy bien, otros días es como que empiezo a oír disparos, me duele mucho la cabeza... Muchas veces hay en que tres días no duermo y es porque recuerdo cómo mataban a la gente.
–¿Qué vas a hacer cuando recuperes tu libertad?
–Quiero volver a estudiar. Yo me casé a los 20 años y dejé mis estudios. Mi marido no me pudo hacer estudiar y después ya enviudé. Hoy tengo más fuerzas que antes pero para luchar y buscar un futuro mejor para mis hijos.
Estigma. La mujer relata que tanto para sus vecinos como para sus propios familiares ella está manchada por ser ex carcelera y estar condenada. “Cuando salgo a la despensa mis vecinos ya avisan al comisario que no estoy dentro de mi casa”, lamentó.
Lucía no estuvo en Marina Cué en busca de tierras, no obstante, la condenada espera que las mismas pasen a manos de los campesinos.