Sergio Cáceres Mercado
sergio209@lycos.com
Apelando siempre a lo alegórico, Darren Aronofsky nos presenta su nueva creación. A menudo desconcertante, sus obras no pueden dejar a nadie impávidos. Apelan a la conciencia, y muchas veces, incluso, la perturban.
Jennifer Lawrence demuestra estar a la altura de su exigente director, y encarna un papel en el que debe dejarse arrastrar por situaciones donde ella siempre está limitada, atrapada. Su vulnerabilidad viene dada por su entrega como mujer; ella es particularmente alguien que ama y se entrega sin condiciones, lo que hace que su esposo y otras personas se aprovechen.
Hasta la mitad de la película, el espectador puede seguirla casi literalmente, pero desde la segunda mitad la narración es totalmente alegórica y hay que ir interpretando los mensajes que cada escena emite. Desde ahí se comprende que la primera mitad también está en dicha clave, es decir, la película completa debe leerse con otros ojos donde el conocimiento de la historia es clave, así como algo de antropología cultural.
En la figura materna se entrelazan temas ecológicos y religiosos, pues en última instancia, ambas están ligadas desde los albores de la humanidad. Aronofsky no duda en poner el dedo en la llaga de la religión y sus preceptos destructivos, así como en la inconsciencia de la humanidad con el planeta que lo acoge, al que maltrata y arrasa en un materialismo exacerbado.
Esta obra se convierte así en un alegato contra el consumismo desmedido, contra la religiosidad vacía de espiritualidad, contra nuestra ceguera que nos impide ver que estamos acabando con nuestra propia casa, que pletórica se ha abierto a nosotros para acogernos mientras nosotros le pagamos con fuego. La mujer es madre, creadora de vida, receptáculo de todos nosotros quienes vivimos gracias a ella. Apuntando a tal fragilidad, Aronofsky apela a nuestra conciencia como raza autodestructiva. Excelente cinta que nos invita a despertar de nuestro letargo.
Calificación: excelente (*****)