En la fecha se celebra el centenario del nacimiento de una destacada figura de la cultura paraguaya: el escritor José María Rivarola Matto. El también dramaturgo, narrador, ensayista y periodista nació el 18 de diciembre de 1917, en Asunción. Falleció el 13 de setiembre de 1998.
En 1952, con la obra El sectario, se inició en la faceta de autor teatral. Otras de sus destacadas y premiadas obras fueron El fin de Chipi González, La cabra y la flor y Encrucijada del Espíritu Santo.
DEBUT. Una de sus creaciones cumbres en la narrativa es Follaje en los ojos (1952), cuyo borrador escribe mientras se encuentra en Posadas, Argentina. Allí comparte los textos con su amigo Hérib Campos Cervera, quien también residía en la misma ciudad.
En este su debut literario, el autor cuenta la angustiosa vida en los obrajes yerbateros del Alto Paraná. También escribió la colección de cuentos Mi pariente el cocotero. Otras de sus publicaciones destacadas son Su señoría tiene miedo, La suela y La belle époque y otras hodas.
INFLUENCIAS. Rivarola Matto fue un gran lector, recibió influencia de la literatura francesa –a excepción de Dante– de la biblioteca de sus padres y tíos: Víctor Hugo, Lamartine, Alejandro Dumas, padre e hijo, Balzac, Zola, Molière, Rousseau, Musset, etc. En menor grado, Dickens, W. Scott y aún Shakespeare. Entonces, la narrativa más accesible era la traducida; en cambio, el teatro era español. Este gran caudal literario luego trató de transmitirlo a sus hijos.
LECTOR Y ESCRITOR. “Cuando vivíamos en la casa familiar, los almuerzos eran fiestas de lujo, en donde papá siempre nos contaba historias sobre los dioses griegos y romanos. Nos narraba los cuentos clásicos”, recuerda Carmen Rivarola, hija menor del escritor.
“Siempre –prosigue– nos preguntaba qué libro estábamos leyendo, o qué proyectos de literatura teníamos. Los amigos de la familia decían que disfrutaban de estos encuentros de los Rivarolas, porque eran como tertulias literarias”.
La imagen que guarda en su memoria es a su padre escribiendo o leyendo en su escritorio, y a su madre lidiando con sus seis hijos. “Un día hicimos un inventario de todos los libros que papá tenía. Contamos 1.500 libros de novelas clásicas y libros de filosofía. Pensaba venderlos para salir de un aprieto económico. Por suerte, los libros quedaron en su biblioteca. Cuando le pedíamos prestado uno, él nos daba el importe del libro y decía: ‘Andá a comprar, pero no te voy a prestar el mío’”, evoca. Para ella era una fiesta salir con él en los últimos años. “Yo lo acompañaba a recibir premios, galardones o reconocimientos o cuando lo entrevistaban. También íbamos a la Academia de la Lengua Española. Lo atendían con mucha deferencia y le decían: '¿Cómo está, maestro?’. Era un privilegio ir a una ceremonia con José María Rivarola Matto. Estoy orgullosa de ser su hija y feliz de haberlo tenido tanto tiempo a mi lado”, finaliza Carmen.