Desde la dictadura que no se vivían tiempos tan violentos, tanto en el plano simbólico como en lo material. Los últimos meses, semanas y días demostraron que en gran medida la sociedad paraguaya no aprendió de sus dramas y errores históricos lejanos y recientes. Tampoco de sus aciertos, que es peor.
El desprecio a la libertad, a la convivencia democrática, al disenso, a la diferencia, a la diversidad y a la existencia plural, entre otros valores de respeto humano, se volvió asunto tan común que niños, medianos y grandes –en un amplio sector– lo vienen ejercitando como si fuera natural y apropiado.
Para algunos se volvió casi una diversión dañar a otros, destruir al diferente, pulverizar al que no está de acuerdo o contrarrestar por el abuso, la violencia física o sicológica al que piensa y actúa de otra forma en derecho. Gran parte de la población está atravesada por una anomia crónica y un enfermizo individualismo que engendra por lo general el desprecio hacia otros por el hecho de existir o no ser igual.
Estos desmadres, mayoritariamente del sector más conservador de la sociedad de doble rasero y de mayor impunidad, gozan de la complicidad directa e indirecta de autoridades nacionales, regionales, referentes religiosos, padres y madres. Todo eso genera una matriz que empeora cada vez más el panorama.
Y en ese caldo, ocurren barbaridades como la resolución del ministro de Educación y Ciencias (parece un chiste esta denominación), Enrique Riera, quien por resolución prohibió algo que no existe, pero cuyo efecto directo perjudicará el desarrollo y la salud sexual de niños y jóvenes, así como la igualdad de género. Buena parte de la culpa es de las mentiras urdidas por los llamados provida, laicos y religiosos, que en su supino egoísmo destilan odio e irrespeto hacia la humanidad incubando mendacidad y discriminación.
O, la energúmena violencia que desata un sector del estudiantado de Derecho UNA, al amparo de ciertas autoridades universitarias y el Partido Colorado, en contra de estudiantes de Sociología y Politología, que ocupan su escuela reclamando democracia electoral, desanexión y autonomía científica.
O, la grosera destrucción de un mural, patrimonio público municipal, en el microcentro de Asunción por el precandidato colorado a diputado por la Lista 7 del movimiento MRC, Carlitos Viveros, para pintarrajear propaganda electoral fuera del plazo legal permitido.
La lista es extensa. Las redes, los medios, la calle... La cosa, lastimosamente, pinta para peor. Y peor, porque las mismas autoridades impulsan la violencia o la consienten.