Somos un país unitario pero con una ambición federal; nos interesa mirar lo rural pero desde lo urbano, y viceversa; tenemos gobernadores que, en realidad, son apenas coordinadores y algunos intendentes, como el de San Carlos del Apa, por ejemplo, que viven en Ciudad del Este y hacen negocios inmobiliarios en el Itapúa.
En un guaraní bien gráfico alguien diría: "¿Mba’e la pe’uséva peê paraguayo?” ("¿Qué es lo que queréis ser”, sería en buen castizo). En realidad, no lo sabemos muy bien, pero estamos de acuerdo con que el régimen guarará (el del desorden) ha dado pingües beneficios a muchos y varios no quieren que eso termine. Ha generado fortunas inmensas que hoy se calcula que hay más de USD 20.000 millones de paraguayos en el exterior y una economía subterránea que es casi la mitad del PIB. Todo en un país de 406.752 kilómetros cuadrados, pero que tiene títulos de propiedad por más de 500.000.
Hay que arreglar la casa primero si queremos tener capacidad para administrar las grandes cantidades de dinero que hoy no se saben qué hacer con ellas. No hay gestión y en los ministerios todos temen hacer algo que acabe con los cargos de los administradores. Así, por ejemplo, buenas ideas –como hacer que los campesinos vuelvan a producir y que el Estado les compre sus productos– chocan con el grave problema de logística, distribución y capacidad de stock. La buena idea ha sido engullida por unos cuantos avivados políticos que se están literalmente merendando los recursos de compra y han transformado el sistema en un lucrativo modo de financiación de clientelas políticas.
Nos llenamos la boca de educación, pero resulta que el Ministerio no puede mascar chicles y cruzar la calle al mismo tiempo. Acumuló un montón de recursos, pero no pudo usarlos, a tal punto que los gobernadores han decidido engullirlos. Ellos sí saben cómo hacerlo; los del Ministerio son como los perros del hortelano: no comen ni dejan comer. Los fondos de investigación son criminalmente stockeados en bancos y financieras sin que Conacyt tenga capacidad para leer un par de proyectos por día y aprobar los fondos para hacer investigación universitaria que tanto necesita este país. El Estado paraguayo sufre de una inutilidad rayana en el suicidio. Cuando tiene una buena idea no sabe cómo ejecutarla; cuando carece de recursos multiplica los aguinaldos y cuando le sobra dinero, deja que se llene de moho. Es tanta la confusión que el recién nombrado director del IPS se muere por ser director del Banco Central al tiempo que acumula problemas en el ente previsional sin atinar a resolverlos.
Cuando por primera vez tuvimos un presidente que no fue detenido en sus proyectos por el Legislativo, ahora nos damos cuenta de que lo que le hace falta es ejecutividad. Hacer lo que se tiene que hacer en tiempo y en forma. Hay que recordar que el dejar de hacer es también una de las formas con que se manifiesta la corrupción en el mundo. El problema de gestión es enorme en el país y que finalmente solo sirve para que la burocracia se mofe de los recién llegados a la administración pública, a los que le esconden la pelota y los matan por cansancio. El monstruo de la incompetencia del Estado vive en sus propias entrañas y no logra motivar al país que ambiciona crecer y desarrollarse con un Gobierno comprometido con una agenda que encuentre en la gestión la manera de darle sentido y valor a la democracia.
La incompetencia del Estado puede acabar con este sistema político tan poco sostenido en la eficacia y en la honestidad.
Hay que hacer ya las cosas, el tiempo pasa y las peleas no son por los mendrugos, sino por suculentas partidas presupuestarias no utilizadas.