28 abr. 2025

Un rostro inspirador

Por Gustavo A. Olmedo B. golmedo@uhora.com.py

En una época en donde el descreimiento es una constante, y la falta de liderazgos virtuosos empujan hacia la resignación y el pesimismo, vale rescatar y recordar la figura de personalidades que dejaron huellas positivas en la historia por su forma de vivir. Monseñor Juan Sinforiano Bogarín (1863-1949) es una ellas.

Este hombre, nacido en Mbuyapey, y que fuera el primer arzobispo del Paraguay, supo construir con coraje y libertad, sin faltarle alegría (tenía un sentido del humor particular, cuentan historiadores), recorriendo casi 50 mil kilómetros a pie y caballo, cumpliendo su tarea, en un periodo de inestabilidad política y social, y en el que tuvo que tratar con más de 20 presidentes de la República, según señala el libro que lleva su nombre, presentado por la entidad Encuentro Asunción.

Al igual que su padre, Juan Sinforiano era un “karai”, “un señor de manos callosas y de mente juiciosa”, relata Justo Pastor Benítez, en el citado material, que también incluye escritos de Carlos Heyn. Sus biógrafos lo llaman “reconstructor moral de la nación” y “pacificador” en un contexto marcado por los dolores de la Guerra del Chaco y las constantes revoluciones, entre ellas, la fatídica del ’47.

Con respecto a sus visitas a los obrajes, Justo Pastor comenta: “El mensú... alzaba la vista a través de las tupidas selvas ante el prelado que venía recordarle que también había hombres que hablaban con amor y caridad...”, y agrega que Bogarín demostró que los paraguayos pueden ser guiados por la palabra, el ejemplo y la razón, y no solo por la fuerza o el despotismo. "...enseñaba que la sociedad debe ser gobernada por la sana razón, y que el orden proviene del respeto de los derechos”, añade.

Además de instruir en la fe, el religioso ayudaba a los campesinos con el cultivo y los animaba a organizarse. Su lema era “Fortiter et suaviter” (Con fuerza pero con suavidad); lo que J. Irala Burgos explicará como la “fuerza en el cumplimiento del deber, en la defensa de sus principios y el magisterio de la Iglesia...” pero suavidad en su comportamiento con los demás. Dialogaba con todos; políticos, docentes y obreros; aclaró dudas con sus Cartas Pastorales y buscó sanar las heridas producidas por la violencia de su tiempo.

Una figura inspiradora para jóvenes y adultos que desean construir. Y también una provocación, pues su pasión no nacía de un moralismo o patriotismo, sino -a decir de los editores del libro- de la experiencia de haberse sentido elegido y amado por Dios, por quien, según lo testimonió, valía todo sacrificio, con tal de dar aliento, llevar un sacramento o reafirmar la necesidad del perdón y la paz, ya sea en un sencillo hogar o un despacho presidencial.