10 jul. 2025

Y sin embargo, se mueve

Por Blas Brítez – En Twitter: @Dedalus729

Blás Brítez

Blas Brítez

En el año 399 aC tuvo lugar en Atenas, Grecia, un juicio a un ciudadano llamado Sócrates. Este estaba siempre ocupado en filosofar, en indagar sobre los resortes de la realidad. Tenía un séquito que aprendía y replicaba sus ideas sobre los seres humanos y el mundo. Pronto fue acusado de no creer en los dioses oficiales griegos y de corromper a la juventud. En el juicio, que fue descripto por sus contemporáneos y discípulos, Platón y Jenofonte, Sócrates fue condenado a muerte mediante la toma de la venenosa cicuta.

Casi dos milenios y medio después, el poeta y refugiado palestino Ashraf Fayadh fue condenado a muerte en noviembre pasado por las autoridades del mayor socio comercial de los Estados Unidos en Oriente Medio, Arabia Saudí, gobernada por la dictadura dinástica de los Al Saud. Los cargos en su contra guardan mucha similitud con los que habían acusado a Sócrates: promover el ateísmo y difundir “ideas negativas” para la sociedad en su poesía; esto es, aquellas que atentan contra la ley islámica que rige la petromonarquía, de la misma manera que lo hace en los territorios manejados por el Estado Islámico, al que Estados Unidos dice combatir mientras hace negocios con sus sostenedores ideológicos, con quienes solo este año ejecutaron a 47 personas en un solo día.

El pasado 2 de febrero la pena máxima fue conmutada por 8 años de cárcel y 800 latigazos. Se ha comprobado que no hay quien sobreviva a más de 50. El abogado de Fayadh anunció que apelará la sentencia, mientras se forman comités de denuncia y solidaridad en todo el mundo. Sin embargo, el martirio de este hombre –doblemente infamado en su condición de poeta y de palestino– es uno más en la lista de minucias relativas a los derechos humanos para los países centrales de Occidente, sedientos del chorro infinito de los petrodólares saudíes.

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En su desesperación, Fayadh aplicó la estrategia que Galileo Galilei utilizó en 1633 (y que los herejes relapsos de la Edad Media también aplicaban) para evitar la hoguera de la Inquisición católica: abjurar de lo que la propia conciencia dicta. En el caso de Fayadh, su supuesto ateísmo. En el de Galileo, la verdad de que la Tierra gira alrededor del Sol.

La conculcación de los derechos al ateísmo y a las verdades científicas, a la libertad de expresión en última instancia, perseguidos desde los tiempos de Sócrates, sigue siendo corriente en lugares en los que hay personas que dicen que gobiernan en nombre de un dios particular y privado.

Pero como dicen que susurró Galileo ante sus inquisidores el día de su “arrepentimiento": Eppur si muove. Y sin embargo, la verdad siempre se mueve.