Los ecólogos del Creaf, que asisten a la COP27 de Egipto, advirtieron de que en 2020 se deforestó una extensión de bosques tropicales primarios equivalente al territorio de los Países Bajos, un 19% más que en 2019, con la degradación de la naturaleza que ello supone.
Los científicos consideran una “prioridad” mantener los bosques tropicales primarios para luchar contra el cambio climático y la degradación de la naturaleza, “dos retos hermanos, dos caras de la misma moneda, y que deben encararse de forma conjunta”, según los responsables del Creaf.
La celebración de la COP 27 coincide con el final del proyecto Primary, en el que el Creaf y los fotoperiodistas de RUIDO Photo han estado dos años viajando a bosques de Congo, Brasil e Indonesia para fotografiar y sensibilizar sobre la deforestación de bosques tropicales primarios.
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El objetivo del proyecto es utilizar la fotografía para concienciar y fomentar políticas y decisiones informadas, que pongan el foco en detener la deforestación y explicitar la vulneración de derechos humanos en estos territorios.
El resultado de este proyecto es, por una parte, una gran exposición fotográfica que se inaugura el próximo 10 de noviembre en la Glorieta del Parc de la Ciutadella de Barcelona y, por otra, una serie de infografías sobre la importancia de los bosques tropicales primarios en la lucha contra el cambio climático y las principales amenazas que sufren.
“La salud de los ecosistemas terrestres y marinos es clave para solucionar la crisis climática y biodiversidad. El conocimiento científico es inherente a la solución: para entender el contexto y colaborar poniendo el foco en las posibilidades”, ha afirmado Alicia Pérez-Porro, coordinadora científica del Creaf, que asistirá a la COP 27.
Reguladores del clima
Según Pérez-Porro, los bosques primarios tropicales son entornos vírgenes que no han sido alterados por la acción humana, representan el 26% de la cobertura forestal y contienen dos tercios de la biodiversidad del planeta.
“Son reguladores climáticos a alcance local, regional y global y tienen una capacidad para almacenar casi el 68% del remanente de carbono global. Pero el cambio climático, la deforestación y la degradación están alterando esta facultad y los están convirtiendo en emisores de carbono. Esto provoca un aumento de las temperaturas que retroalimenta el cambio climático”, ha advertido Ana María Yáñez, investigadora del Idaea y asociada al Creaf.
Yáñez pone como ejemplo que el Amazonas contiene 150-200 billones de toneladas de carbono, comparado con la emisión de CO2 debida a la actividad humana en 2019, que fue de 43,1 billones de toneladas de CO2.
“Además, hay que tener en cuenta las emisiones de CO2 que producen los incendios forestales causados al deforestar el bosque y la disminución de árboles capaces de absorber carbono a raíz de esta deforestación. El cambio climático aumenta la mortalidad de los árboles y disminuye ésta capacidad de absorción y almacenamiento de carbono”, ha añadido.
El Creaf denuncia que a lo largo de la historia, el sureste asiático ha perdido aproximadamente el 50% de su cobertura forestal de bosques tropicales, África el 22% y el Amazonas, el 20%.
El Creaf ha recordado que en la COP26 celebrada en Glasgow (Escocia) más de un centenar de países acordaron poner fin a la deforestación y ahora esperan conocer los efectos del acuerdo un año después.
Efecto botijo
El investigador del Creaf y profesor de la Universidad de Barcelona Santiago Sabaté ha explicado que “es muy importante detener la deforestación y concretamente la de los bosques tropicales porque son sistemas naturales que tienen mucho carbono almacenado y regulan el clima y preservan la estabilidad climática. Uno de ellos es el efecto de refrescar el planeta, el efecto botijo”.
Este “efecto botijo” hace que los bosques tropicales, por su dimensión y cantidad de agua evaporada, refresquen estas zonas tropicales y mitiguen el calentamiento de la superficie.
“El vapor de agua de la atmósfera del Amazonas contiene 1/3 de agua reciclada por el bosque y 2/3 de vapor de agua proveniente del océano Atlántico. Esta masa de aire con alto contenido de vapor de agua llega a la cordillera de los Andes, donde cambia de dirección hacia el sudeste de América del Sur, llevando lluvia a esta región. Si no fuera por el bosque tropical amazónico, esta zona sería árida”, según Yáñez.
“De forma similar —ha añadido—, parte del agua que llega al Sahel y al altiplano etíope donde nace el río Nilo proviene en parte de los bosques primarios tropicales africanos de la cuenca del Congo”.
“Si deforestamos perdemos parte del circuito de agua de lluvia y perdemos capacidad de disipar energía, sin que estos bosques contribuyan tanto como ahora a refrigerar el planeta. Su papel global es muy relevante”, ha concluido Santiago Sabaté.