El principal obstáculo que tienen las mujeres para insertarse en el mercado laboral en igualdad de condiciones es la sobrecarga de trabajo de cuidado y doméstico. Le dedican 28,7 horas a la semana, frente 12,9 horas en el caso de los hombres. Si sumamos la cantidad de horas totales de trabajo –remuneradas y no remuneradas– las mujeres acumulan 69,1 horas, casi 8 horas semanales más que los hombres, quienes totalizan 62,4 horas semanales.
Si se valoriza el total del trabajo no remunerado de las mujeres; este termina equivaliendo al 17% del Producto Interno Bruto, lo cual representa más que cualquier sector económico. A pesar de su relevancia económica y social, este trabajo está desvalorizado e invisibilizado e impacta negativamente en las oportunidades de las mujeres, tanto laborales como educativas.
En Paraguay existen unas 200.000 mujeres jóvenes –15 a 29 años– que no estudian ni trabajan porque se dedican de tiempo completo al cuidado de niños, niñas, personas adultas o con alguna discapacidad.
La tasa de desempleo promedio a nivel nacional es de 6,7%, pero la de las mujeres jóvenes aumenta a 18,4%, casi tres veces más. De las que se encuentran en el mercado laboral, una proporción importante lo hace por cuenta propia, a tiempo parcial o flexible. Estas condiciones laborales están explicadas en parte por la necesidad de combinar las tareas de cuidado con sus responsabilidades como proveedora. No hay que olvidar que el 40% de los hogares tiene jefatura femenina en Paraguay. Las mujeres ganan en promedio 20% menos que los hombres debido a la precariedad de su inserción económica.
Las tareas de cuidado y domésticas son las que permiten la reproducción social. La crianza de niños, niñas y adolescentes con buenas condiciones de salud y educación e integrados a la sociedad permiten cohesión social y garantizan una fuerza de trabajo productiva a largo plazo.
El cuidado es parte fundamental de la calidad de vida en la vejez. A medida que las personas avanzan en edad, se vuelven más dependientes y su bienestar depende tanto del afecto y la atención de su entorno familiar, también de servicios especializados. El financiamiento social del cuidado en la vejez es una señal de retribución y reciprocidad al legado que nos dejan nuestros abuelos.
Las personas mayores y las que presentan alguna condición discapacitante tienen derecho a recibir atención de calidad que no puede ser proporcionada por familiares, generalmente mujeres, menos aún jóvenes que deberían estar estudiando o trabajando o personas mayores que deberían estar descansando y disfrutando una jubilación.
Con políticas de cuidado ganamos todos: Las mujeres que aspiran a tener autonomía económica y las personas que requieren cuidado. Gana el país ya que más mujeres se sumarán al trabajo remunerado, lo que repercutirá en el crecimiento económico en la reducción de la pobreza, en la sostenibilidad de la seguridad social e inclusive en el sistema tributario, ya que más producción y consumo devolverá al fisco los recursos invertidos en una política de cuidado.