La característica propia de ellos, la de reinventarse, ya está ante nuestros ojos. Apelan a las más estrambóticas estrategias, aunque la usanza general que no falla es la falsa propuesta, el discurso en favor del desposeído, el celo por lo público.
Pero sigue siendo la manera más efectiva de atraer al voto en un país pobre y con una alta tasa de analfabetismo funcional, el ofrecimiento de la dádiva fácil en especie o en forma de prebenda.
Se avizora ya una larga cola de candidaturas, en especial la de dos colores tradicionales, que buscando asegurar el tan valioso voto desde la interna –cual ensayo previo a las finales que vienen en 2023– irrumpan en las casas con promesas. El rédito de ocupar una banca o el sillón de los López es lo que los mueve a florear sus discursos con conciencia social, palabras de redención, de recetas para el combate a la pobreza; en fin, de obras, de subsidios, de seguridad, salud, educación. Frases sin contenido abundarán, pero no faltarán aplausos adulones para asegurar alguna propuesta de cargo en municipios, gobernaciones, ministerios, binacionales o, simplemente, esperar la “ayuda directa” a cambio de la fineza del elector.
No hay político que se aguante prometer algo que no va a cumplir, por lo que es el elector el que tiene la responsabilidad de preguntarse si está dentro de lo posible la ejecución de los proyectos por los candidatos enunciados. Hilando más fino, una herramienta para conocer al mandatario ideal sería el origen de los recursos del candidato, que se desparraman en las pomposas presentaciones. Lastimosamente, amén de las pasadas municipales, ya casi nadie interpela a la hora de decidir y, en especial, el que está atrapado en la pobreza e indigencia tiene la disposición directa a vender el voto.
A cara descubierta y sin que a mucha gente le importe ya, se acumulan los políticos que se presentan con prontuarios bajo el brazo y lo que es de temer es que la mayoría de los que presentan dichas credenciales son de las estructuras poderosas de la ANR y el PLRA. Con la bendición de sus partidos y patrocinadores, irán a la caza no del voto consciente sino –sin ruborizarse– apuntarán a quien sea vulnerable a la billetera, la prebenda y los favores. Y se volcarán nuevamente a las calles, cual repetida pesadilla, haciendo la parsimonia de lo electoral con batucadas, pitos, megáfonos e inaguantables vuvuzelas.
Ante tanto ruido, los menos oídos serán, como a menudo pasa, las personas que se presenten con mejores aptitudes, currículum y foja de vida para ejercer el rol público. El pecado de los mismos será la falta de promoción desde los partidos políticos y también la amplia brecha que los separa de los gastos de campaña que están posibilitados a costear los parásitos que viven de la política, cuyos fondos de campaña son de dudoso origen y cuyo techo de financiación para el “día D” es casi inalcanzable.
Aún así, uno que otro entrará por el voto consciente, uno de esos intangibles que van extinguiéndose.
Este paneo de cómo el voto más que como herramienta de cambio fue alterado como bien o mercancía, no tendría asidero si no estuviéramos ante una golpeada economía donde, según la Organización Internacional del Trabajo, en el segundo trimestre del año, el 8,5% de la población económicamente activa (PEA), equivalente a 320.000 personas, figuraban como desempleados.
Contribuye además, en favor de los inescrupulosos, que la educación no llega en forma horizontal a toda la población y, si bien ella no es un fin en sí misma, su carencia condena a la mayoría al estancamiento.
Parafraseando a Paulo Freire “La educación no cambia al mundo, sino que cambia a las personas que van a cambiar el mundo”.