Independientemente de las apreciaciones que se tengan de los dos ex presidentes de Brasil –Jair Bolsonaro y Lula da Silva–, nadie puede negar que entre ambas gestiones hubo una distancia importante en lo referente a la política exterior.
Los análisis concuerdan en que durante los gobiernos petistas del pasado hubo un esfuerzo por alinear la agenda política a la agenda económica y comercial, a partir de relaciones multilaterales cuyo objetivo era la integración. Las conversaciones y acuerdos incorporaron la preocupación por las dimensiones sociales y las asimetrías en cuanto a niveles de desarrollo y un énfasis en la infraestructura regional y en la seguridad energética. El impulso a relaciones con las economías emergentes, dio lugar a canales de comunicación fluida entre Brasil y una gran cantidad de países.
Con la llegada de Bolsonaro se observó un cambio en la política exterior matizada con comportamientos erráticos y ambiguos que para muchos analistas significó la pérdida de capital político a nivel regional e internacional.
Entre las características principales de la gestión bolsonarista se encuentran su interés por las relaciones bilaterales, especialmente con Estados Unidos y sus aliados, y un alejamiento de las agendas comunes a nivel global como las de derechos humanos, cambio climático o desigualdades.
A pesar del interés por el bilateralismo y de la afinidad ideológica con Macri, el vínculo entre ambos países no se fortaleció, ya que la mirada estaba puesta en los países del norte. Una muestra de ello fue el esfuerzo realizado para cerrar el acuerdo comercial del MERCOSUR con la Unión Europea.
En un contexto de cambios en la política exterior brasilera, cabe esperar señales acerca de cuál será el nuevo direccionamiento que tomará el actual gobierno. La coyuntura internacional actual es compleja, con fuertes incertidumbres y en puertas de una recesión internacional, situación muy diferente a la que le tocó en sus gobiernos anteriores. Si bien asumirá en condiciones diferentes, las declaraciones de Lula, luego de su voto y su discurso la noche en que ganó dejan entrever el retorno de una visión integracionista.
Un escenario de este tipo es más favorecedor a la negociación que el de la confrontación, más todavía si el objetivo es lograr un proceso que se mueva más cerca de la cooperación y en que ambos países puedan acordar el mejor escenario posible para los dos.
Una buena negociación tiene como condición necesaria la creación de un espacio común de intereses, además obviamente de un equipo preparado y una estrategia.
Si los gobiernos que negocien no tienen la mirada integradora como un principio sobre el cual se construirá la relación entre ambos países, será imposible plantear una estrategia cooperativa. De allí la relevancia de los principios rectores de la política exterior del Brasil.
Un buen resultado para ambos países será posible en la medida en que ambos comprendan que en la negociación del Anexo C, es posible que todas las partes ganen. Pero para que ello sea posible también debemos creer en la negociación como parte de un proceso de integración y de consecución de metas comunes que van más allá de lo energético.