Una de ellas, en el bolso de mano; otra, entre la vestimenta. Una de los videos muestra a una mujer que se resiste a ser revisada; en la otra, la persona procede a extraer uno por uno los paquetes de carne que había introducido en el bolso con intenciones de marcharse sin pagar por ellos.
La situación resulta muy embarazosa y, de hecho, generó un debate respecto a si corresponde a los empleados del supermercado proceder como lo hicieron en ambos episodios oficiando a la vez de personal de seguridad. Lo hacen porque supuestamente le descuentan por mercaderías sustraídas. También se dio una amplia condena hacia las protagonistas de los respectivos hurtos captados por las cámaras de seguridad de ambos recintos afectados. Una de ellas, aparenta joven, lo que significa mucho: Está en edad de trabajar, estudiar, tiene toda una vida por delante. La otra parece mayor, lo que nos lleva a suponer que tiene familia. Posiblemente hijos y hasta nietos. Necesidad, cleptomanía, delincuencia común, etc. Las motivaciones pueden ser varias, lo que no cambia la reprochabilidad de la conducta.
Hace unos años presenciamos una escena similar, aunque más dramática, en una tienda en Asunción. Estábamos de salida por la parte posterior del local comercial dirigiéndonos con mi niña al estacionamiento. De pronto, una mujer sale con pasos presurosos, acompañada de un niño como de 7 años, tratando de ganar la calle e ignorando los gritos desaforados de una dependienta que, segundos después, irrumpe en escena tras la escurridiza clienta y ordena al guardia policial que se encontraba en la portería a que no dejara marcharse a la persona que estaba a metros de alcanzar la salida. El oficial reaccionó rápidamente y retuvo a la apurada mujer, acción que aprovechó el niño que la acompañaba para huir corriendo del lugar. Ella se resistía al arresto arrojándose al piso y gritando que la dejaran ir. La escena fue fuerte para la niña que se encontraba conmigo. Con sus escasos 5 años me preguntó por qué la estaban tratando así a la señora.
Sin pensar mucho, le respondí: “porque robó”.
-¿Y qué es eso?, preguntó.
-Se llevó algo sin pagar.
-¿Y cómo va a llevar sin pagar, si no es de ella?, me dice desde su razonamiento infantil, muy sorprendida. El policía revisó el bolso de la mujer; encontraron en él una lata de leche de fórmula para bebé.
Quedé pasmada.
El chico que la acompañaba había escapado. Su diminuta figura se perdió a la vuelta de la esquina. Me surgieron muchas preguntas. Lamenté la situación del niño que escapó despavorido y el que tuviera que pasar por algo así de manos de un adulto que se supone debe protegerlo. Pero también sentí pena por la mujer. ¿Fue la primera vez que intentaba robar o lo hacía con frecuencia? ¿No tiene cómo alimentar al bebé que dejó en alguna parte? ¿Por qué no busca trabajo, por qué no pide ayuda?, juzgué, como suele ser tan fácil hacerlo. Más aún hoy en las redes sociales.
Los casos que tuvieron por escenario los supermercados plantean otras cuestiones: La actuación como personal de seguridad de los cajeros y otros dependientes; la viralización del hecho a través de las redes sociales que expone públicamente a las personas involucradas, lo que en la práctica ya equivale a una muerte social. A una condena.
¿Quién daría trabajo a la chica que intentó robar carne en un supermercado, cuyo rostro inundó toda la web?
Son estas cuestiones las que no se dimensionan al ayudar a viralizar imágenes como estas. Aunque en la práctica resulta una medida desproporcionada para el daño causado por quienes hurtan, legalmente nada impide hacerlo, excepto que se trate de personas menores de edad.
De hecho, los comercios lo usan como estrategia disuasoria. Pero pensando en términos de reinserción social y de institucionalidad, en estos casos lo que corresponde es denunciar el hecho y poner al involucrado a disposición de la justicia para que se le aplique el castigo que prevé la ley.