Era octubre del 2014, cuando el Ministerio Público dio a conocer un video que mostraba al joven policía hablando y contando que se encontraba bien.
Esa fue la primera y última vez que se tuvo una prueba de vida del uniformado. Fue la última vez que los investigadores dieron información concreta sobre el paradero del joven policía, privado de su libertad por parte del Ejército del Pueblo Paraguayo, el 5 de julio de ese mismo año. Desde entonces, pasaron 1.672 días con sus noches.
Las palabras de Edelio estaban dirigidas a Elisa Mabel Ledesma, su compañera de vida, que sigue esperando, cumpliendo con lo que él le pidió, apoyada en el juramento que se hicieron cuando se casaron.
Al igual que el suboficial, ella nació y se crió en Arroyito, localidad ubicada en el Departamento de Concepción. Un pueblito olvidado, que también está en una eterna espera por la presencia del Estado hace años.

Además de la angustiosa situación de tener a un ser querido como protagonista del secuestro más largo de la historia del país, el entorno de Edelio sufre por lo que ellos consideran la indiferencia de los referentes del Gobierno, de otras instituciones y de gran parte de la ciudadanía.
“Desde que asumieron las nuevas autoridades nunca se acercaron ni preguntaron cómo pa yo estoy. Y cada vez que quiero hablar con ellos por lo menos preguntar por mi marido nunca me aceptan”, me confió Elisa en una charla que tuvimos poco antes de la redacción de estas líneas.
Pasa el tiempo y el cautiverio de Edelio dejó de ser importante, incluso, para los medios de comunicación; ya no está en las primeras planas.
Tampoco parece estar entre los puntos destacados en la agenda del presidente de la República, que da la sensación de estar más preocupado de la crisis que vive Venezuela.
Estaría bueno que se resuelvan primero los problemas internos, mirar la viga en el ojo nuestro para luego reparar en la paja del ojo ajeno.
¿Por qué Elisa no recibe el mismo trato que los hermanos venezolanos? ¿Por qué las autoridades no se llegan hasta ella a expresarle, por lo menos, su solidaridad, ya que no pueden o no tienen la capacidad de traer de vuelta a su marido a casa?
Un total de 14 millones de dólares se destina cada año para la lucha contra el EPP. Hay un ejército de militares y policías que tomaron la zona con equipos especiales. La ciudadanía, que paga cada centavo invertido de su bolsillo, también sigue esperando por algún resultado positivo.
Cuando uno camina por las calles, siente que está en un campo de guerra: con hombres armados hasta los dientes, vestidos de para’i, recorriendo con tanquetas, infundiendo miedo a los niños y ancianos.
Menos al grupo de guerrilleros que siguen matando peones, quemando tractores y secuestrando paraguayos en sus narices.
Elisa los ve pasar incrédula, mientras atiende en el puesto de salud de Arroyito, entre tanto se pregunta cuánto tiempo más durará esta espera.