18 abr. 2025

207 años: ¿Qué diría don Gaspar?

Miguel Benítez – TW: @maikbenz

Un día como hoy, pero hace más de dos siglos, Fulgencio Yegros, José Gaspar Rodríguez de Francia, Juana María de Lara, Pedro Juan Caballero, Fernando de la Mora, Vicente Ignacio Iturbe, entre otros valientes ciudadanos, estaban a punto de derribar a dos fieras. Una, buscaba mantener la sumisión a la corona española. La otra, vorazmente, pretendía pisotear el sentimiento de nación que ya había construido el pueblo, con el fin de anexarlo a sus tierras. A los ojos de esta última, seguiríamos siendo una provincia rebelde varios años más.

Poner fin al dominio español, aquel lejano 15 de mayo de 1811, y desterrar los intereses expansionistas de Buenos Aires representaron solo el inicio de una ardua batalla que todos los paraguayos libramos hasta nuestros días. Si bien, la amenaza de ser dominados por una fuerza extranjera (al menos de la manera antigua) es casi imposible en nuestros días, el peligro se encuentra en casa.

El 24 de julio de 1810, meses antes de que Paraguay obtenga la independencia, Rodríguez de Francia había exclamado: “El Paraguay no es patrimonio de España, ni provincia de Buenos Aires. El Paraguay es independiente y es República. La única cuestión que debe debatirse es cómo debemos defender y mantener nuestra independencia contra España, contra Lima, contra Buenos Aires y contra el Brasil. Cómo debemos mantener la paz interna. Cómo debemos fomentar la pública prosperidad y el bienestar de todos los habitantes del Paraguay”.

Pasaron 207 años y existen cuestiones básicas que no se han logrado. Por supuesto, las dos guerras internacionales que nos golpearon en el medio causaron estragos y pudieron frenar el desarrollo, pero lo concreto es que muchos paraguayos fueron y son responsables de la situación en la que nos encontramos.

YUGOS MODERNOS. Hoy, la Constitución Nacional es pisoteada por intereses personales y mercantilistas. La Carta Magna es letra muerta, producto de que el Poder Judicial está sometido al Ejecutivo, en una República que se jacta de tener división de poderes. El Legislativo está conformado por personas con frondosos antecedentes negativos y que vuelven a conseguir un puesto en el Congreso.

En un Estado serio, esos políticos no solo ya habrían perdido el favor del pueblo, sino que estarían presos.

Hoy, Paraguay agoniza en seguridad jurídica; los inversionistas piensan dos veces antes de inyectar su capital, y la organización Transparencia Internacional nos ubica en la posición 135 (de 180 países) en el ránking mundial sobre percepción de la corrupción. En el 2016 figurábamos en el puesto 123.

Hoy, pocas personas tienen en vilo a todo el Norte de la nación y rompen récords en secuestros. Indígenas deambulan por las calles céntricas de Asunción, drogándose en cada esquina frente a todos, para soportar el hambre y el dolor que causa el abandono estatal.

Hoy, la riqueza del país y las tierras están concentradas en contadas manos. Y así, la lista de yugos puede continuar.

Obviamente, se hicieron cosas buenas en los años independientes y no todo resulta negativo. Lo que irrita es que si la corrupción no era una práctica común y con todas las bondades que brindan los recursos naturales, nuestra nación podría ser ejemplo en América, como lo era antes del conflicto contra la Triple Alianza.

Las guerras generaron retroceso, pero si ese era el único factor, Alemania y Japón jamás se hubieran levantado de vuelta. La guerra interna es la que hace que Paraguay hoy tenga cadenas invisibles.