23 mar. 2025

A 80 años de Auschwitz, un compromiso contra el olvido

El 27 de enero de 1945, las tropas soviéticas liberaron el campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. Este acto, que marcó la culminación del mayor genocidio de la historia humana, dejó una huella indeleble en la memoria colectiva de la humanidad.

Auschwitz..jpg

“El trabajo te hace libre”, el letrero que dabala bienvenida al campo de la muerte. | Foto: EFE

María Gloria Báez
Escritora

El citado campo de exterminio, en su testamento de ignominia, se erige como un recordatorio implacable de los horrores que vivieron judíos, comunistas, y todos aquellos que representaban el bastión de una izquierda política opuesta a la tiranía; homosexuales, gitanos, personas con discapacidades físicas y mentales, prisioneros de guerra soviéticos y Testigos de Jehová, quienes fueron arrojados al abismo con la misma brutalidad metódica.

Cada brazo del monstruoso aparato del Estado alemán participó de manera inclemente en la maquinaria infernal que propulsó la masacre, llevando al Tercer Reich a encarnarse en un Estado genocida de proporciones insondables.

El régimen de Adolf Hitler (1889-1945), en su delirante construcción de un orden racial, consideraba a los “arios” como los herederos de una supremacía que debía dominar sobre todos los demás. Esta visión monstruosa, edificada sobre los cimientos inestables del odio irracional, la ignorancia más profunda y una arrogancia desmedida, transformó a aquellos que discrepaban del molde de su ideal estético y racial en seres de inferioridad abyecta, destinados a la aniquilación. También recordemos que, la senda que condujo al género humano hacia esos campos de exterminio fue la culminación de siglos de desprecio, animosidad y demonización cuidadosamente cultivada. Me refiero al antisemitismo, el cual con el paso de las décadas, se transformó en una poderosa corriente política, una ponzoña estructural que se infiltró en las entrañas de la Europa moderna.

Bajo la pluma de Hitler, Mein Kampf (Mi lucha-1925), además de plasmar una ideología, convirtió el exterminio en una necesidad existencial, un destino trágico e inevitable del pueblo judío.

La Solución Final (Endlösung der Judenfrage), como los nazis la denominaron, no fue simplemente una estrategia, sino un plan meticulosamente concebido para erradicar a la población judía europea durante la Segunda Guerra Mundial.

Entre 1933 y 1945, el régimen estableció y gestionó más de mil campos de concentración, diseminados tanto en territorio alemán como a lo largo de las vastas regiones de Europa que cayeron bajo su ocupación. Estos lugares, concebidos como centros de opresión y exterminio, fueron el escenario de un sufrimiento sin parangón, su existencia se convirtió en un símbolo sombrío de la maquinación totalitaria y el desprecio absoluto a la vida. Se estima que 11 millones de almas fueron arrojadas al abismo oscuro y sin misericordia, despojadas de su humanidad en el frío torbellino de un régimen despiadado. Sin embargo, si bien la magnitud de la atrocidad puede parecer a través de los números, una cifra abstracta e inalcanzable, las verdaderas proporciones del sufrimiento son incuantificables. La generación que emergió de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, creció con la certeza de que nunca se debía olvidar el sufrimiento, y que los terrores del pasado debían ser una brújula que guiara la construcción de un futuro en paz.

Sin embargo, el horror, lejos de disiparse con la caída del Reich, persiste en las sombras del siglo XXI, el cual, en teoría, debiera ser el umbral de la redención, pero que, sin embargo, se ve invadido por el resurgir de intolerancias que nunca lograron desaparecer por completo. El racismo, la xenofobia y otras formas de desprecio deben destacarse por su oposición a una verdadera convivencia civilizada.

En la realidad, persisten como sombras inquebrantables y lejos de desvanecerse, continúan siendo una llama que arde en los rincones más oscuros del alma humana, alimentada por el miedo y la ignorancia. En ciertos discursos y debates públicos, entre los susurros que deforman la verdad, germina un veneno renovado, más sutil y pernicioso, el negacionismo, el cual tiene como objetivo minimizar e invalidar el horror, distorsionando el sufrimiento y disolviendo la memoria en la niebla de la indiferencia. Actualmente, el resurgir de regímenes autoritarios, más astutos y eficaces que nunca, han perfeccionado su capacidad para socavar o eludir las normas e instituciones que deberían salvaguardar las libertades fundamentales.

Las grietas

En países con democracias consolidadas, fuerzas internas han filtrado las grietas del sistema, distorsionando la política para fomentar la violencia y el poder desenfrenado. Mientras tanto, las naciones que han caminado entre la democracia y el autoritarismo se inclinan con creciente rapidez hacia este último.

El orden global se encuentra al borde de un punto de inflexión; si los defensores de la democracia no logran unirse para salvaguardar la libertad, el modelo autoritario impondrá su supremacía. Antiguos rencores proyectan una sombra inquietante sobre nuestro presente, desafiando la conciencia colectiva y la lección que debería haber quedado grabada en lo más profundo de nuestra civilización.

En diversas partes del mundo, donde el recuerdo del Holocausto perdura a través de monumentos, museos y ceremonias conmemorativas, se alza una amenaza que abarca tanto la negación y la distorsión como el renacimiento de todo aquello que permitió tal barbarie. Al conmemorar el 80º aniversario de la liberación de Auschwitz, las preguntas surgen con una angustia profunda: ¿cuánto tiempo logrará resistir el recuerdo? ¿Es posible borrar un crimen de tal magnitud? La respuesta parece a primera vista, unánime, no. Pero la verdad es más dolorosa.

El olvido se desliza sin estruendo o violencia; se infiltra con la dulzura insidiosa del tiempo, alimentado por la indiferencia de una sociedad que, en su anhelo de paz, a veces elige desviar la mirada hacia horizontes más cómodos. La memoria del Holocausto se ve amenazada por una erosión sutil, casi invisible, de los recuerdos, desvaneciéndose en el olvido de una generación que, ajena a la experiencia directa de aquellos campos de exterminio, tiende a contemplarlo desde la fría distancia de la teoría y la historia, donde las emociones se disuelven en la levedad de la abstracción. Y así, en la distancia, germina la semilla del revisionismo: un susurro que pretende suavizar la magnitud de los hechos, sugiriendo que la devastación fue menos profunda, que los relatos son invenciones, que el sufrimiento se ha elevado a mito.

La distorsión del Holocausto no se limita a negar este hecho; se propone alterarla, deformarla hasta que se convierta en una imagen irreconocible, un espejismo en el que las víctimas se transfiguran en culpables, y el verdugo se disfraza de justiciero. Los testimonios de los sobrevivientes son reducidos a meras fábulas, y la maquinaria nazi se presenta como un accidente, una tragedia que, por error, se impuso sobre el destino.

La negación de este genocidio, es una profanación del sufrimiento de millones de vidas, una distorsión que convierte el horror en mera teoría, en un mito desvirtuado. Al negar la magnitud del holocausto, al manipular los hechos, se despoja a la humanidad de la lección esencial, que el odio puede surgir incluso en las sociedades más avanzadas. Es un acto de deshumanización que pone en peligro el pacto moral que tenemos con el pasado. La distorsión y el olvido, lejos de ser meras manifestaciones de desinformación, representan profundas transgresiones contra la humanidad.

La memoria del Holocausto, lejos de ser un ejercicio meramente histórico, se erige como una advertencia, un recordatorio continuo de la vigilancia que debemos mantener frente a las ideologías destructivas que brotan cuando olvidamos. Recordar va más allá de revivir los hechos; implica aprender de ellos, educar a las futuras generaciones y reconocer los signos tempranos antes de que se conviertan en fuerzas destructivas. El desafío educativo frente a resurgimientos de fanatismos e intolerancias añadidos al olvido de los horrores del pasado, trasciende la simple condena pública de la violencia.

La respuesta requiere un esfuerzo permanente y profundo de enseñanza, que se extienda más allá de los hechos históricos, y que explore las raíces complejas así como sus manifestaciones contemporáneas. Las generaciones futuras tienen que ser instruidas sobre los oscuros orígenes de este capítulo nefasto de la historia, pero también sobre sus formas actuales, a menudo disfrazadas de ideologías políticas o causas que parecen justas pero que, en realidad, se alimentan de prejuicios y distorsiones.

Es imperativo que las nuevas generaciones recuperen la capacidad de cuestionar, de reflexionar profundamente y de pensar de manera crítica sobre las narrativas que se nos presentan. Se debe enseñar a las personas a reconocer los peligros del fanatismo, el extremismo y la intolerancia, sin importar de dónde provengan.

El verdadero desafío reside en algo más que la defensa de la verdad histórica, consiste en formar ciudadanos que detecten y resistan la propagación de ideas que alimentan la intransigencia en todas sus formas. Este trabajo educativo debe ser un esfuerzo colectivo que involucre a todos los sectores de la sociedad como ser en los espacios públicos, en las redes sociales, en los medios de comunicación, y en cada rincón del discurso político y cultural. La red de campos de concentración y exterminio nazi, con nombres como Auschwitz-Birkenau, Bełżec, Chelmno, Treblinka y Theresienstadt, entre otros cientos, trasciende como un vestigio del pasado, convirtiéndose en una advertencia eterna que late a través de las generaciones. Solo con una educación crítica, comprometida con la verdad, podremos garantizar que los horrores del pasado no se repitan, transformando la memoria en un compromiso irrenunciable con la dignidad humana.

La senda que condujo al género humano hacia esos campos de exterminio fue la culminación de siglos de desprecio, animosidad y demonización cuidadosamente cultivada.

Más contenido de esta sección
El presidente estadounidense Donald Trump y el líder ruso Vladimir Putin parecen dispuestos a cambiar las reglas del juego global, y el presidente de China Xi Jinping no parece oponerse en absoluto al regreso de la política de las grandes potencias, basadas en el interés nacional, esferas de influencia y equilibrio de poder.
La Guerra del Chaco (1932-1935) fue escenario de numerosos actos de heroísmo y sacrificio, pero también de episodios controversiales que han quedado grabados en la memoria histórica. Uno de los más polémicos fue el fusilamiento de desertores ordenado por el coronel Luis Irrazábal.
Aclamada poeta, narradora, activista y autobiógrafa estadounidense, Maya Angelou nació como Marguerite Johnson el 4 de abril de 1928 y falleció el 28 de mayo de 2014, en EEUU.
El presidente Donald Trump ha iniciado una política de imposición de aranceles a otros países, aliados y adversarios por igual, creando una incógnita respecto a los eventuales resultados