03 may. 2025

A base de superación y sacrificio, pasó de canillita a supermercadista

Cristóbal Lezcano es el fiel retrato del hombre de negocios exitoso que comenzó desde bien abajo, vendiendo diarios. Hoy es dueño de La Bomba, del centro comercial San Roque y El Faro.

 Cristóbal Lezcano.

Exitoso. Cristóbal Lezcano.

Hay historias que inspiran y que demuestran que los sueños y las metas se pueden cumplir, a base de mucho sacrificio, de lucha y perseverancia. Tal es el caso de Cristóbal Lezcano (62), un hombre que llegó a Asunción a los 13 años, desde la entonces lejana compañía San Roque, del Departamento de Cordillera, siguiendo a su padre, que había venido un año antes a la capital en busca de mejores horizontes para su familia. Fue tanto lo que le marcó ese cambio, que don Cristóbal recuerda con exactitud la fecha en que llegó a la ciudad: El 2 de febrero de 1969. “El año que viene cumplo 50 años de trabajo”, rememora. Pues efectivamente, se instaló con su familia en las cercanías del Mercado 4, “mi escuela, en donde comencé”, asegura hoy. Dueño de una capacidad innata para el comercio, el chico de 13 años comenzó, al día siguiente de su llegada, a trabajar en el puesto de venta de naranjas de su padre. Como no tenían capital, su padre hizo un trato de palabra con la agencia de diarios de la zona para vender ejemplares. “Me despertaba a las 4.00 y salía a vender 20 diarios por día. Ganaba G. 75; una parte le daba a mi madre y la otra, la ahorraba”, relata. Después se compró un termo para vender helados, desde las 9.00 hasta el mediodía; almorzaba y se iba a la escuela Herminio Giménez, en el barrio San Pablo. Usaba pantalones cortos e iba descalzo. Pero eso no fue todo, luego de clases, volvía vender los helados en el cine de barrio Dos Estrellas.

Su padre, su maestro. En medio del trajín del trabajo y estudio, el pequeño Cristóbal también ayudaba a su padre a vender las hortalizas que traían de su chacra. “Antes de venir a Asunción, mi padre se dedicaba a la agricultura, pero él estaba preocupado porque mis seis hermanos y yo estudiáramos, y como en la compañía no había un colegio secundario, decidió venir a la capital. Se instaló en el Mercado 4, el lugar en donde aprendí a vender”, dice.

En la época en que Cristóbal y una de sus hermanas vendían hortalizas en la casilla que su padre tenía en el mercado, se instaló en la zona, la comunidad coreana. “Mi padre, que era un gran observador, veía que los coreanos no cerraban sus negocios a la siesta, y me dijo: Estos, en poco tiempo, van a comprar todas las casillas de la zona. Y fue así”. Eso los impulsó a él y a su hermana a turnarse para seguir vendiendo a la siesta.

Su primer gran negocio. El tiempo pasó y el chico seguía vendiendo de puerta en puerta otros artículos. “Vendía de todo, desde aceite hasta leche en polvo y así fui conociendo a mucha gente, proveyendo a comercios y fidelizando a mis clientes, porque yo siempre les daba a buenos precios”, relata. Ya de grande y en asociación con su hermano mayor, José Antonio Lezcano, recibieron el ofrecimiento de alquilar un salón en el mercado. Ahí fundaron su primer negocio ambicioso: Lezcano Comercial. Pero la lucha y el sacrificio no cesaron, pues mientras su hermano vendía dentro del local, Cristóbal seguía con la venta de puerta en puerta. Así se convirtió en proveedores de grandes tiendas como La Riojana y Casa Santa Rosa. Ya con cierto capital, en 1988 fundó el primer centro comercial del Mercado 4, San Roque, que él mismo administraba. “Fue el primer negocio de Asunción que contó con un sistema informático para la venta”, cuenta hoy con orgullo.

Pero el negocio del bazar, ropería y calzados comenzó a tambalear en 1995, con la gran quiebra de los bancos, que hizo que las ventas cayeran estrepitosamente. Fue así que debió buscar otras alternativas y decidió recurrir a unos asesores, quienes le hicieron ver que debía incursionar en el rubro de los productos de primera necesidad. “Notamos que los consumidores solo se proveían de alimentos, entonces decidí cambiar a ese rubro. Mi padre siempre me dijo que ahí donde había una necesidad, tenía que estar, no importa si la gente era rica o pobre”. Entonces adquirió una galería a medio terminar para instalar el primer local de La Bomba, en la zona de la Terminal de Ómnibus de Asunción. Ahora cuenta con cinco sucursales y otros dos locales de El Faro, además de Comercial San Roque que sigue funcionado, al igual que Lezcano Comercial, que es administrado por la viuda de su hermano.

“Yo había escuchado por ahí que la Coca Cola siempre invertía el 10% de sus ganancias en publicidad. Eso se me quedó grabado y comencé a publicitar el supermercado. Para mí, el secreto es no mentirle al cliente, hay que darle buena atención y venderle al precio prometido. Gracias a Dios, yo tengo la escuela del Mercado 4, en donde aprendí a comerciar”, concluye con orgullo.