Había llegado a su lugar de encierro dejando atrás una vida de precariedades, pero al tocar fondo decidió que era hora de salir adelante.
Desde entonces, se inscribió como alumna en el Centro Nº 79 San José, que funciona tras las rejas, y actualmente cursa el segundo grado.
Las clases dadas hasta el momento ya le permitieron hojear libros y revistas y soñar con oportunidades para el mañana.
A pocos meses de estar encerrada también se adentró en el arte de moldear el hilo en delicadas piezas de ñandutí para la venta, por lo que exhibe orgullosa su carné de artesana profesional.

Hilda no escapa a su responsabilidad por la situación que le hizo perder su libertad, pero lamenta no haber tenido oportunidades para intentar otra vida.
“Muchas venimos acá porque no conseguimos un trabajo. No soy una mala persona. Siempre pienso en esos inocentes sin estudios que por la necesidad hacen cosas feas”, reflexionó en medio de una entrevista que fue difundida por el Ministerio de Justicia.
La mujer revela que ahora ya es una artesana certificada, puede soñar con otra realidad. “Quiero que la gente se acerque y si puede solicite nuestros productos”, añadió.
La interna, que también es conocida como la abuela, ya tiene hechos variados diseños, tamaños y colores para decorar colchas, toallas, remeras, camisas, camineros, termos, tarjeteros o manteles.
La semana pasada, en cajas etiquetadas entregó 200 ñandutíes blancos dignos de admirar, para una boda donde se distribuirán en los detalles del vestido de novia, tocado, portaanillos y ramo, por los que trabajó junto a sus demás compañeras.
MENTE OCUPADA. Normalmente las labores le ocupan de 8:00 a 12:00 de la mañana, pero ahora mermó desde la pandemia. A veces toma pedidos particulares y hace chales de hilo con técnica de grampo, camisas de ao po’i, bordados Vagonite y manteles con punto ruso.
Doña Hilda lleva 4 años de encierro de los 13 de condena que debe cumplir en su lugar de reclusión.
Recuerda que de pequeña sus manos se curtieron en la chacra cosechando porotos y maíz junto a sus tres hermanos y su madre en su ciudad natal General Morínigo, Departamento de Caazapá, mientras su padre se apostaba en una panadería para llevar el sustento. Se casó con 14 años, matrimonio que le dio como fruto 14 hijos con 11 nietos, y enviudó.
A pesar del encierro, Hilda trata de poner el mejor ánimo con el estudio y el trabajo, lo cual también la ayudará para reducir su condena. Además, baila danza paraguaya con un elenco de intramuros.