03 mar. 2025

A propósito de nuestro calendario móvil...

Recordemos lo que somos, especialmente siempre…

¿Debe preocuparnos que el Gobierno Nacional cambie las fechas de nuestro calendario histórico? ¡Claro que sí!… Aunque la medida es perfectamente coherente con la visión de nuestras autoridades sobre la historia y la cultura. Como es igualmente consecuencia de los valores del patriotismo y los postulados de la educación que se sustenta en las alturas del poder. Que deberían ser aquellos que permitan dotar a nuestros jóvenes de “la conciencia de ser”; sobre la que se construye el sentido de pertenencia y la responsabilidad social. En una palabra: el patriotismo.

De manera que con la medida anunciada, todo está en “orden”. En consonancia con la mediocridad que reina en los ámbitos político-partidarios… desde hace ya tiempo.

Pero… ¿qué deberíamos recordar en la fecha robada al calendario? Que hace 155 años, en el amanecer de un día “tibio y húmedo” de un primero de marzo de 1870, moría en Cerro Corá el presidente de la República del Paraguay y comandante en jefe de su ejército. Herido de muerte, rodeado por el enemigo y completamente solo y con un espadín de ceremonia como única arma, era asesinado el Mariscal Francisco Solano López con la convicción de que en aquel momento, la Nación moría con él. Pues en el último rincón de la frontera y tras cinco años de lucha, había visto ya morir a casi todos sus jefes y oficiales, así como a la casi totalidad de sus soldados.

Mientras que los menos de 400 que le restaban y que pudieron ponerse de pie al despuntar el sol, no habían probado bocado en los días anteriores, ya no tenían armas ni municiones para enfrentar a los más de 18.000 efectivos “soberbiamente montados” del enemigo.

López prefirió la muerte antes que entregarse, expresando con sus últimas palabras, la convicción de que con su desaparición se borraba del mapa sudamericano, el nombre de la República más antigua de la región.

Entonces, y ante la decisión del gobierno de ignorar esta fecha crucial, en beneficio de los que quisieran dedicarse al turismo o a la holganza..., ¿qué momento más propicio que este podríamos haber tenido para encontrarnos en una plaza pública o en las escuelas, en los campos que en todo el Paraguay certificaron el paso de tanta lucha, para cantar el Himno patrio e izar la bandera nacional? Tras lo cual bastaría que compartiéramos un minuto de reflexión y con el toque de silencio de las trompetas, hiciéramos el intento de que nuestros pensamientos volaran hasta Cerro Corá, para que ese “altar de la patria” y las aguas del Aquidabán pudieran susurrarnos los detalles de aquel martirio.

¿Qué otro momento mejor podríamos tener para olvidar nuestras penurias cotidianas y juramentarnos a construir el país que soñaron nuestras mujeres y hombres del pasado? A no ser que alguna “cláusula democrática” del Mercosur, que todavía ignoremos, impida a nuestro gobierno como impidiera a los recientes, recordar a nuestros héroes. Como cuando fuera derrocado Natalicio González por hacerlo, en los inicios de 1949.

Los paraguayos tenemos la obligación de conmemorar aquella gesta, de reivindicarla como una fecha aún más importante que enmarcaron las de Mayo de 1811. Para honrar a quienes –hombres de cualquier edad y condición, mujeres y niños– cayeron en Cerro Corá defendiendo a la Patria.

Porque después de todo e increíblemente, muy al contrario de lo que haya pensado el Mariscal y creyó la perversa alianza, las noticias del martirio paraguayo en Cerro Corá difundidas al mundo entero, hizo que los designios de aquel tratado perverso no pudieran cumplirse. Y que el Paraguay sobreviviera.

Al escritor argentino Jorge Luis Borges se le atribuye la siguiente sentencia: “Hay derrotas que tienen una dignidad que la victoria no conoce”. Es tal vez la razón por la que nadie hoy se acuerda de los vencedores de la Triple Alianza. Nadie se acuerda de Pedro II, de Mitre o Venancio Flores. Se acuerdan del país derrotado y de su conductor, el Mariscal López. A veces bien y otras, mal. Pero el nombre del Paraguay no desapareció en el olvido.

La gente de gobierno y políticos en general debieran entender que sin nada que recordar, no existen compromisos ni obligaciones para nadie. Sin virtudes que admirar y emular, la ciudadanía puede disolverse fácilmente en la banalidad, como ya está ocurriendo… Porque con la distensión, sin responsabilidades ni memoria, también desaparece el espíritu crítico para acompañar los vaivenes de nuestra sociedad y los del resto del mundo. Y entonces nos “consolamos” consumiendo cuanta baratija tecnológica se ponga a nuestro alcance para que nos concretemos finalmente, en una masa humana informe, sin metas ni propósitos. Y sin sentimientos patrióticos.

Por alguna razón, el historiador inglés Peter Brown declaró que al abordar la historia, “todo tiene que ver con todo”. Y, para ejemplo, un botón de muestra:

El Tratado Secreto de 1865 establecía que al término de la guerra, el Paraguay debía destruir todas sus defensas militares y no construir otras, destruir sus armas y disolver su ejército; y, cualquier cosa que pretendiera en el ámbito de la defensa militar, debía contar con la aprobación de “los victoriosos”. Pero los gobiernos de la posguerra, aquejados seguramente del síndrome de Estocolmo, llevaron más lejos el castigo: se propusieron olvidar la tragedia.

Exactamente como lo decretara en 1735 el gobernador de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zavala. Fue al término de la batalla de Tavapy que puso fin a la Revolución de los Comuneros del Paraguay. En tal ocasión, molesto por la resistencia comunera de 15 años, impuso a los paraguayos una condena singular: “El silencio perpetuo”. Nadie debía mencionar el nombre de algún líder comunero ni los sitios de la resistencia. Se quemaron todos los documentos del Cabildo asunceno que mencionaran lo acontecido.

Como puede verse y como entonces, como en 1870 y hasta hoy, todo sigue igual, pues “todo tiene que ver con todo”.

Más contenido de esta sección