Ambos modelos a su vez proponen a dos modos estratégicos diferentes: Primero, al conciliador, por darle un nombre, es aquel que evita cualquier tipo de confrontación; y, en segundo término, al agresivo, que es aquel que se anticipa al escenario que ha de enfrentar.
Entre las diversas personalidades de los hombres de armas siempre es ideal encontrar a un perfil que reúna ambos temperamentos en una sola persona.
Típicamente, admiro el modo de gestión militar de tres personalidades diferentes: al coronel Luis Irrazábal quien, definido por un subalterno era “fino, pulido y duro, como un diamante”; al general Douglas MacArthur con su frase “el objetivo de la guerra es la victoria, no la prolongada indefinición” y, a la resolución del teniente coronel Yonatan Netanyahu comandante del asalto al aeropuerto de Entebbe (Operación Thunderbolt), en julio de 1976.
En nuestra reciente historia política contemporánea, objeto del presente artículo, ocurrió un hecho sin precedentes que describiría al escenario de las próximas dos décadas. A mediados de octubre del año 2003 tenía el rango de capitán.
Estaba a punto de ir a prestar servicios en el Tribunal Militar. Iniciaba la parte intermedia de mi carrera. Un paso previo y obligado antes de mi retiro anticipado de las Fuerzas Armadas para aplicarme a proyectos del sector privado. Era un objetivo personal, trazado silenciosamente con antelación, por tanto, me propuse disfrutar intensamente de esa misión calificada dentro de las Operaciones Especiales, propia, de todo militar de Academia entrenado.
En esos tiempos fui convocado por el jefe del Estado Mayor del Comando de Ingeniería, coronel Cecilio Pérez Bordón, para recibir una misión devenida del más alto nivel de la conducción estratégica del país, que consistía en organizar un Destacamento cuya misión era dinamitar pistas de aterrizaje clandestinas en el ángulo conformado por los ríos Paraná y Paraguay en los Departamentos de Ñeembucú y Misiones. Se le dió el nombre de Operación Viento Sur. En ese escalón de la conducción, joven oficial militar de 35 años, los objetivos estratégicos para el cumplimiento de la misión son siempre, escasamente proporcionados. Ocurre acá y en cualquier parte del mundo.
Más bien nos abrumaban, como tiene que ser, con los detalles técnicos, tácticos, logísticos y operacionales concernientes a la tarea. Originalmente, fue una reacción típica del Estado por el secuestro y el asesinato del joven Rodolfo Alliana, muerto por esos días de manera violenta, hijo del empresario Héctor Rubén Alliana Báez, hermano y padre respectivamente del actual vicepresidente de la República. Recordemos al contexto histórico.
Por entonces, las Fuerzas Armadas estaban reducidas a su mínima expresión de empleo, prácticamente degradada en su nivel operativo, enfocadas prioritariamente en apoyar misiones de paz internacionales bajo el mandato de la ONU.
El EPP estaba en una avanzada fase de organización y el crimen organizado aún no era visualizado como una amenaza real para la existencia misma del Estado paraguayo. Era impensable hablar de políticas públicas en el campo de la seguridad ni de la defensa nacional y desconozco bajo que norma íbamos a ser empleados como elementos de maniobra.
Es que, toda una generación de militares –desde 1989 hasta el 2014 (pongo como referencia a la creación del CODI)– soportó el estigma del pos-stronismo y del oviedismo, y, sin embargo, fue la que sirvió de transición y base a una nueva camada de líderes militares. Trato de proponer, amable lector, ante su conocimiento cuál era la situación real que me tocó enfrentar para colectar la triada de talento humano, recursos materiales y la tecnología disponible en la época.
Paralelamente a la elaboración del presupuesto y a los datos de cálculo de carga, recibimos de la cooperación internacional las coordenadas precisas relacionadas con la latitud y la longitud de cada una de las pistas y los propietarios, muchos de ellos conocidos social y políticamente hablando, como asimismo una carta satelital que describía las probables rutas de las aeronaves desde Ñeembucú y Misiones en la República del Paraguay hasta Santa Fe, Rosario y el delta del Río Paraná en la Provincia de Buenos Aires en la República Argentina y otras en el Estado de Río Grande do Sul, la República Federativa del Brasil y en la República Oriental del Uruguay.
Los datos de la cantidad de pistas ilícitas que operaban en esa basta región de 21.703 kilómetros cuadrados eran abrumadores, por tanto, la operación sería muy importante. Confieso que, luego de recibir esos informes detallados no tuve ninguna orden para excluir a nadie de dicha lista. Sí, me proporcionaron los objetivos prioritarios.
Fueron días memorables donde, por tres semanas, elaboramos secretamente una de las operaciones militares más importantes que en esas materias se haría por entonces en el país.
Rindo mi homenaje a aquellos oficiales y suboficiales que acompañaron este operativo en la Sala de Guerra del Comando de Ingeniería del Ejército. En la primera semana de noviembre de 2003 fui convocado de vuelta por el entonces coronel Cecilio Pérez Bordón, distinguido jefe, ingeniero civil y militar, llegó a ministro de Obras Públicas y Comunicaciones. Prestos para partir, armados y debidamente equipados, me cita en su despacho y luego de la presentación de rigor, sin apearse de su sillón, levanta la mirada y lacónicamente ordena “aborte la misión.
La operación fue cancelada, puede retirarse”, notando impotencia en su expresión. Estupefacto solo atiné a pronunciar la frase mágica “a su orden, mi coronel”. Pensé en el joven Rodolfo Alliana, lo llamaban Pili. Consideré una victoria del crimen organizado. Empezaba una nueva era en el Paraguay. El resto es historia conocida.
A los amables lectores del diario Última Hora auguro un feliz fin e inicio de Año Nuevo 2025; como diría mi bisabuelo catalán, les deseo “salud, no más”...