Es tiempo de abrazos.
La gran estructura y sus espónsores están en campaña para vendernos candidatos. Octubre está a la vuelta de la esquina y hay que empezar a asegurar votos. Lo importante es seguir en el poder, seguir mandando en esta gran estancia llamada Paraguay.
En el lado de la oposición hay pocos abrazos, y los que se dieron, durarán igual que los que se dan los colorados: tienen fecha de vencimiento, así como vaticina Estela Ruiz Díaz. La oposición dividida es un clásico, un gusto adquirido. Partidos, partiditos y movimientos que irán a la batalla sin tener la mínima posibilidad de ganarle al Partido Colorado.
Supongo que aquello de “ANR, Nunca más” no será suficiente: nos divertimos e hicimos catarsis, pero eso no basta.

Para vencer la pesada herencia stronista y a los herederos del dictador, no solo aquellos que portan sus genes, sino los que heredaron tierras malhabidas y su perfil autocrático, hace falta algo más.
Los ciudadanos de a pie llegaremos hastiados hasta unas elecciones municipales que en realidad no nos importan. Bueno, a los políticos tampoco, para ellos es el ritual que les permite seguir mandando, y es sobre todo el paso previo para comenzar a pergeñar el camino a las presidenciales del 2023, ese es el boleto de oro.
Pero nadie le puede culpar a la gente por esta indiferencia, por la indolencia y el desaliento.
Después de todo, los políticos y sus partidos, y los intereses que se mueven por detrás de todos ellos, son responsables de nuestra apatía.
Porque, para construir participación ciudadana hay que trabajar mucho.
Para promover una militancia política hay que invertir en ello, trazar planes, tener proyectos. Nada de eso han hecho nunca los partidos. Se limitaron siempre a construir clientela y su relación con la gente es meramente a través de la prebenda. O es que acaso algún político electo se acuerda alguna vez de visitar a sus electores para conocer de cerca sus necesidades.
En el Paraguay no se construyen proyectos políticos de largo alcance que planteen políticas de Estado en bien de la gente. Son los mismos partidos de siempre, más las estrellas fugaces que aparecen en cada elección, que se suman al batiburrillo de candidaturas sin posibilidades.
Por fuera de las cuatro paredes donde se negocia la torta del poder, la realidad es otra.
Los diarios nos muestran cada día esos dos mundos que nunca se encuentran.
Por un lado, el ejercicio de la política articulada solo para mantenerse en el poder, y aprovecharse de los recursos del Estado; de los recursos de las ciudades, como el caso de los gobiernos locales, y claro, de las gobernaciones, ese engendro que no sirve para nada bueno.
Y, por el otro lado, la calle. Donde pasan cosas como lo que le sucedió a aquella joven trabajadora que sufrió un asalto cuando iba en un transporte público. Un ladrón le quiso arrebatar el teléfono, ella se resistió e intentó seguirle y entonces cayó del ómnibus, sufriendo graves heridas.
La inseguridad es el pan de cada día de los paraguayos. Pero no solo es la inseguridad. Es la seguridad de que en algún momento seremos asaltados a punta de pistola para despojarnos de una billetera casi vacía o un celular pagado en largas cuotas.
Es también la inseguridad de miles que no tienen un trabajo digno; que apenas pueden dar de comer a sus familias; es la inseguridad de miles de jóvenes que difícilmente acceden a la universidad para poder soñar con elevar su situación; y es la inseguridad de que si enfermamos podremos hallar una cama en algún hospital público, y contar eso sí, con la solidaridad de amigos y vecinos para solventar con polladas y rifas algún costoso tratamiento.
Esas son las realidades ciudadanas que a nadie importa en aquellas mesas donde se reparten abrazos y prebendas; y donde se rifa nuestro futuro en cada elección.