EFE
Está situado en el noveno distrito vienés, en un apartamento de cien metros cuadrados, vecino al que habitó Frankl desde que regresó en 1945 tras sobrevivir a cuatro campos de concentración nazis, y donde aún vive su segunda esposa, Eleonore Katharina, de 90 años.
Las hermanas Johanna Schechner y Heidemarie Zürner decidieron crearlo tras haber fundado diez años antes, en coincidencia con el centenario del nacimiento de Frankl (1905) y ocho años después de su muerte (1997), un centro para cuidar y difundir su teoría.
En declaraciones a Efe, Schechner explicó que Frankl plantea una respuesta totalmente distinta a la de aquellas corrientes que ven al ser humano esperando algo de la vida.

Su conclusión es que “el ser humano no es quien debe plantear exigencias a la vida, sino el que debe dar respuestas a las cuestiones que la vida le plantea, y asumir la responsabilidad de esas respuestas”, añadió.
El “Museo Viktor Frankl” busca ofrecer un camino interactivo, pedagógico y lúdico para comprender su tesis, de acuerdo con su afirmación de que “también puede ser comprendida y experimentada por el hombre de a pie”.
Una síntesis de su currículum aparece en paneles giratorios: en cada uno hay una pregunta que el propio Frankl se planteó y el visitante puede pensar sobre ella antes de girar el panel y leer la respuesta que el psiquiatra se dio a sí mismo en su momento.
Así, frente a la pregunta sobre el sentido de la vida, responde que “es la vida misma”, mientras que en la sala siguiente, la principal, el autor del libro “El hombre en busca de sentido” aparece como “perceptor”, “doliente” o “creador”, sus tres vías principales hacia el sentido espiritual.
La idea de que detrás de cada lamento hay un “valor” aparece en una instalación que muestra cómo es posible usar la creatividad para encontrar un camino positivo.
Como ejemplo, frente a la queja “no me ama nadie”, Frankl dice: “anhelas ser amado, intenta ser un amante”, ya que el individuo no puede cambiar muchas de las circunstancias y condiciones de su vida, de su cuerpo ni de su psique, como la de no ser amado.
Pero sí puede, con su espíritu, decidir cómo enfrentarse y hacer algo de esas condiciones del destino.
Frankl nació en Viena, en una familia judía de funcionarios públicos, y ya en 1926 concibe y usa por primera vez la palabra “logoterapia” para nombrar la orientación de lo que sería su propia escuela de psicoterapia y la tercera de Viena, tras el psicoanálisis de Sigmund Freud y la psicología individual de Alfred Adler.
Para entonces el joven pensador había pasado por una fase de entusiasmo con las teorías de Freud, con quien mantuvo contactos, y otra con Adler, en cuyo grupo se integró.
“La palabra ‘logo’ significa ‘sentido’ (en griego) y ‘terapia’ está relacionada con ‘curar’. La logoterapia cura encontrando un sentido (a la vida)”, destaca Schechner.
Se muestran algunas filmaciones de entrevistas de Frankl, como una en la que explica por qué rechazó un visado de EEUU para exiliarse allí y escapar a la persecución nazi: no puede controlar las lágrimas al contar el “dilema” en el que se encontraba.