Críticos de medio mundo coinciden en ello ante la publicación este viernes de su decimoséptimo disco de estudio, un trabajo de doce cortes, compacto, sólido, energizado, probablemente de lo mejor que han hecho en este siglo, a la altura según algunos de Let There Be Rock (1977) o For Those About To Rock We Salute You (1981).
Y llega cuando más falta hacía, en este contexto de pandemia e incertidumbre necesitado de bastiones como esta banda australiana fundada en 1973 por los hermanos Malcolm y Angus Young, y con la alineación soñada, tras recuperar al vocalista Brian Johnson, el baterista Phil Rudd y el bajista Cliff Williams.
Grabado en el Warehouse Studio de Vancouver (Canadá), AC/DC ha contado como productor con Brendan O’Brien, quien estuviera previamente al servicio de otros iconos del rock como Pearl Jam y Bruce Springsteen y que para ellos mismos tomara las riendas de los previos Black Ice (2008) y Rock Or Bust (2014).
El punto de partida no podía ser peor, por una serie de hechos que se desencadenaron tras la muerte en 2017 de Malcolm Young, afectado en sus últimos años de vida por un proceso de demencia que le obligó a retirarse del grupo tras la publicación de su último LP hasta la fecha.
En plena gira de ese álbum, Johnson se vio obligado a abandonar también por problemas de audición (fue reemplazado en varias fechas por Axl Rose, de Guns N’ Roses, entre las críticas y el estupor de parte de los seguidores de la banda).
Por si fuese poco, Phil Rudd fue condenado por posesión de drogas y amenazas, que le llevaron a apartarse de la música, mientras que Cliff Williams también dijo adiós por los problemas que acarreaba la banda.
Más sabe el diablo por viejo que por pellejo, debió pensar un Angus Young que, lejos de resignarse, logró reunir de nuevo a AC/DC para este disco en el que Malcolm Young aparece como coautor de todos los temas, fragmentos deslabazados en origen que el grupo terminó de conectar y de armar en lo que podría considerarse un tributo a la memoria del guitarrista.
Su sobrino, Stevie Young, es el encargado de suplir su ausencia en un trabajo que suena a AC/DC por todos los costados, puro hard-rock electrificado desde que empieza a sonar Realize, el primer corte, y los alaridos de Brian Johnson a los 73 años se hacen presentes como si nada hubiese ocurrido en todo este intervalo. Algunos hablarán de “resiliencia”, pero lo cierto es que no hay adaptación a las nuevas formas del rock en cortes que rezuman atemporalidad y vigor.
De esa capacidad para trascender el paso del tiempo y sus embates parece hablar uno de los cortes destacados, Through The Mists of Time: “Veo sombras oscuras en las paredes / veo fotos / Algunas cuelgan, otras caen / Y los rostros pintados todos en línea”.
Están muy bien elegidos por otro lado sus cartas de presentación, Shot In The Dark en primer lugar y, sobre todo, su segundo anticipo, Demon Fire, que a algunos críticos remite con un tempo no tan acelerado a Whole Lotta Rosie y que hace arder toda la épica demoniaca del género.
Rejection, Wild Reputation... Aunque lo mejor está encerrado en los dos primeros tercios del repertorio, queda mucho más por rascar en este disco que concluye por todo lo alto con Code Red, con un Angus Young dejando resbalar sus dedos por todo el mástil de su Gibson SG para exprimirle hasta la última chispa a este PWR UP.