Jesús pronuncia estas palabras en la sinagoga de Nazaret. La conocía muy bien por los muchos años en los que asistió acompañado de María y de José para rezar y escuchar la Palabra de Dios.
Su presencia en la Sinagoga en esta ocasión es diferente. Ha llegado el momento de darse a conocer y lo hace como profeta: “ningún profeta es bien recibido en su tierra”. Quienes le escuchaban estaban familiarizados con la historia de Israel y les pone el ejemplo de Elías y la viuda de Sarepta y del profeta Eliseo y Naamán el Sirio.
Los oyentes se revuelven contra Jesús, llenos de ira. No aceptan un profeta, un mesías que fuera de la humilde condición de Jesús. Buscaban un mesías que les liberara del yugo de los romanos. No tenían un corazón abierto a la verdad. Parece que estaban llenos de prejuicios que siempre entorpecen la riqueza de la Palabra y su acción salvadora.
Tratan de matarle, pero no pueden. Jesús se marcha, pasando en medio de ellos. No ha llegado el momento de la Cruz y sólo el Padre es quien ha determinado el momento de la muerte de Jesús en la cruz.
Leemos este pasaje del Evangelio en medio del tiempo de Cuaresma. Una vez más vemos a Jesús que es rechazado por parte de su pueblo. Él que ha venido a llenar a las almas de alegría verdadera no es comprendido ni aceptado. Este tiempo de Cuaresma es una buena ocasión para que meditemos en cómo acogemos la palabra de Jesús. La que nos resulta agradable y la que cuesta un poco más aceptar.
(Frases extractadas de https://opusdei.org )