15 nov. 2024

Adolescere

La democracia paraguaya cumple 35 años. Si fuera un ser humano, hace poco más de un siglo ya estaría muy cercana a la muerte porque las expectativas de vida no superaban esa cantidad de tiempo. Hoy con los avances médicos y de cuidado se han duplicado esos años.

No es de extrañar que algunos escritores como Harari hablen de que en poco tiempo se podrán superar con facilidad los 100 años. Eso en el mundo biológico del ser humano.

Nuestra democracia sin embargo sigue siendo profundamente adolescente a sus 35 años. Se resiste a madurar y sus más de tres décadas se parecen a los 13 años del siglo pasado. Se cree con derechos, pero no asume ninguno de sus deberes. Culpa de todo a sus ancestros y maestros que no le enseñaron nada de su pasado y menos a asumir los compromisos ciudadanos.

La democracia paraguaya adolece de muchos defectos, pero de uno en particular: se resiste a ser adulta.

Los habitantes no quieren ser ciudadanos porque implicaría responsabilidad. Deberían asumir que este régimen político no se inicia ni acaba solo en el acto ritual de votar cada cinco años. Hay que saber que uno vez electo, hay que controlarlos y demandarlos cumplir con las promesas y los mandatos.

PRIVILEGIOS. Los electos no tienen fidelidad a sus votantes porque lo consideran mercancías que se compran y se venden. No les deben nada porque los repudian y los desprecian. Los únicos privilegiados del sistema son los nombrados en los cargos públicos. Ellos constituyen un batallón al servicio de familias y partidos que los han convertido en rehenes y operadores del sistema.

Ganan millones y se ufanan de sus privilegios. Se mofan de sus mandantes y repudian con altanería las demandas de unos pocos a quienes espetan que solo quieren tener la ocasión de hacer lo mismo. Viven todos en una burbuja mientras el pueblo, el demos, sobrevive como puede. La democracia de las apariencias es un rasgo distintivo de esta moldeada “a la paraguaya”.

Los defensores del sistema somos muy pocos y entre los autoritarios o neofascistas se encargan de mofarse de quienes pretenden que el “menos malo de los sistemas políticos conocidos” alguna vez sea sinónimo de honestidad, probidad, idoneidad y ética”.

Los que deberían dar el ejemplo de estas virtudes se ríen de ellas, calificando de vyros (tontos) a los que las sostienen y promueven. No es raro que un porcentaje alto de paraguayos –más del 60%– esté de acuerdo con un líder autoritario que ponga fin a esta fiesta de disfraces. Sueñan con un Bukele que hoy será reelecto presidente de El Salvador, a pesar de la prohibición de su Constitución. Roba, pero hace es igual a castiga a los causantes de la inseguridad, pero viola la ley fundamental.

EL PRECIO DE LA PAZ. El relativismo democrático es siempre la antesala de la dictadura. Stroessner llegó al poder y se mantuvo sobre la base “del precio de la paz” o el que trajo la tranquilidad tras años de desgobierno. El pueblo mayoritariamente toleró la dictadura.

Nos falta una gran pedagogía democrática. Requerimos de maestros y alumnos aplicados que estén dispuestos a cumplir las reglas cuando ellas las perjudican. Que sean reglados bajo criterios de igualdad en una República que debe acabar con los privilegios de castas y abolengo. No será fácil construir el edificio de la democracia cuando la misma estructura repele la consolidación de sus cimientos.

Ahora tenemos los mismos años de la dictadura, pero estamos llegando al mismo nivel de cansancio en democracia. Mientras los significativamente corruptos no sean acusados por fiscales y sancionados por jueces valientes, los políticos sostenidos en el fraude y la compra de voluntades se consolidarán como bacterias para acabar con la democracia.

Adolescere, el que adolece o el que le falta, tiene que animarse a crecer, a madurar y asumir sus responsabilidades. De lo contrario, todo parecerá igual a la dictadura solo que podemos plaguearnos libremente. Y eso está mal.

Más contenido de esta sección
A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.