Es un primer gran éxito, indudablemente, pero, ahora viene lo más difícil.
Peña debe obrar el prodigio de que cada dólar obtenido se convierta en inversión y no termine fagocitado por el malón de vampiros de su partido (y sus secuaces), que ya se están frotando las manos vaticinando un verdadero festín. El presidente logró convencer a la diplomacia lusitana; ahora debe doblegar a las fieras republicanas, un desafío infinitamente mayor.
Lo primero y más urgente es asegurar la plata.
Los famosos fondos sociales de Itaipú que han permitido por décadas alimentar el modelo prebendario y de clientelismo político de la ANR y sus émulos menores pasarán a integrar ahora un solo fondo de más o menos unos 700 millones de dólares por año. ¿Cómo hacer para que ese capital adicional se use de manera absolutamente transparente y bajo el control de los contribuyentes? ¿Hay que meterlo en el presupuesto público? ¿Hay que crear un fondo soberano como el que tiene Chile? ¿Cómo hacemos para impedir que esa inyección de capital fresco no reproduzca de manera espeluznante los ejércitos de parásitos que los políticos cuelgan de la teta pública?
Si las redes sociales pueden darnos una pista de los temores de la población no existe la menor duda de que hoy el miedo es a un nuevo robo descomunal, a la creación de una nueva casta de multimillonarios atiborrados con los fondos de la binacional.
Lo segundo es invertir bien. Es un buen dinero, pero no suficiente para hacerlo todo. El acuerdo trae implícito un desafío mayúsculo. Desde el 2027, Brasil ya no tendrá la obligación de contratar la potencia que nos corresponde y no usamos. Tendremos que retirar el ciento por ciento de nuestra energía. Y consumirla localmente o exportarla. Y en ambos casos se requiere de infraestructura y capital humano. En diciembre de 2026 se acaban los fondos adicionales. Son tres años excepcionales para invertir. No habrá segundas oportunidades. Ni un solo dólar puede terminar en chorradas electorales como polideportivos o capillas. Hasta hoy hemos sido observadores pasivos del saqueo. No podemos seguir siéndolo.
Y una cuestión final, aunque no menos importante. Durante todas estas décadas se ha permitido el manejo absolutamente arbitrario de la Itaipú con salarios absurdos y la contratación masiva de operadores políticos y parientes con la excusa de que es una empresa binacional (una suerte de Estado aparte) y que los excesos en realidad los pagan casi exclusivamente los brasileños porque ellos compraban casi la totalidad de la energía (y el costo de la cuchipanda viene incluido en la tarifa). Pues bien, a partir de ahora, nosotros pagaremos la mitad exacta de lo que cueste operar la hidroeléctrica. Eso significa que en mi factura de la ANDE me incluirán a cada uno de los operadores, los hijos, las amantes y toda esa larga lista de gorrones que nos chupan la sangre.
Peña y su equipo técnico salvaron honrosamente el primer escollo. Ahora tienen los desafíos más importantes: controlar a la jauría republicana, blindar los fondos, invertirlos inteligentemente y convertir Itaipú en lo que tiene que ser: una hidroeléctrica administrada por quienes tienen la ciencia y las aptitudes necesarias para hacerlo. La resistencia hematófaga será tremenda. Hay que empezar a afilar las estacas.