El escenario donde se enfatizó el último año la puja que ancestralmente mantienen las fuerzas en pugna contiene ingredientes que trascienden las fronteras de Oriente Medio, ya que las grandes potencias intervienen directa o indirectamente para equilibrar el mapa y cada uno lleva agua a su molino. La diplomacia campea orondamente, los representantes acusan o bien defienden posturas antagónicas, el arsenal de guerra sigue su rumbo ascendente y se materializa en el campo de batalla, porque para eso está la industria pesada. Los discursos internacionales se orientan hacia un deseo de alto el fuego –hipocresía y eufemismos de por medio– con intercambio de rehenes e inicio de pacificación en una zona que permanentemente es un polvorín. Hay acciones que directamente muestran cómo la población civil de Gaza observa impávida la manera en la que se sucede la destrucción de su hogar, la imposibilidad de los organismos sanitarios de incursionar para la atención correcta y argumentos constantes de que la contraparte, en realidad, es la que actúa bajo el influjo del terrorismo y la desestabilización.
En medio de los dimes y diretes, asistimos a un ámbito internacional que hasta ahora poco y nada toma riendas para acusar recibo y advertir de la tremenda agresividad infringida a población equidistante de un conflicto de intereses donde cunde el bombardeo y las balas se disparan. Varias generaciones que viven en ese asentamiento, en la llamada “cárcel a cielo abierto más grande del mundo”, como la Franja de Gaza, administrada y controlada por Israel en todo lo concerniente a sus recursos (agua, luz, internet, servicios), no pueden siquiera decidir sobre su destino.
Sumado a este panorama, en el último año se recrudecieron los ataques y el férreo control, con lo que el futuro para los palestinos se desdibuja cada vez más; mientras parte de la población israelí también reclama un alto el fuego con intercambio de rehenes, dentro de un contexto en el que sus autoridades acumulan altas sospechas de corrupción y el Gobierno es puesto en tela de juicio por sus decisiones de escalar el conflicto.
Hay que reconocer que el drama en la zona es uno de los más complejos de la historia, con luchas atávicas y que se remontan a la Antigüedad, sin visos de solución; donde religión y geopolítica conjugan sus influencias y los antagonismos se palpan de manera cotidiana en gran parte del mundo musulmán, respecto de los herederos de David.
Más allá del tablero en movimiento y los intereses económico-financieros, que juegan un rol preponderante en este conflicto, subyace la desarticulación de sociedades y la desesperanza de ver destrucción en un ámbito de 360 grados, en un marco que solo genera más resquemores y la lógica de replicar la lucha hasta el hartazgo.
La retina de los inocentes en Oriente Medio (así como de otras latitudes donde también caen bombas) queda impregnada de un imperativo nihilista, donde la posibilidad de seguir viviendo depende del azar y de la ambición política desmedida, marcando un eslabón más en el aplazo rotundo de la humanidad.