03 jun. 2025

Amigos en tiempos de protocolos

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Amigos en tiempos de protocolos

Foto: Getty Images.

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Este tema de la pandemia ha traído aparejado todo tipo situaciones y circunstancias extraordinarias.

También los análisis dan para todo. Vacunación, políticas de gobierno, sistema de salud, previsión social… y, por supuesto, este estilo de vida de ajustarse a protocolos.

Sobre este último punto, ser o parecer protocolista está de moda, es cool. Conste que tiene mucha relación a las reglas, a la formalidad y una cierta manera de cortesía de origen elitista, palaciego.

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Actitudes que la sociedad actual, muy sensible a la igualdad y a la justicia, sobre todo los jóvenes, rechaza nominalmente, pero, unido a una causa positiva para el cuidado de la salud, el vocablo se ha instalado, sin mayores dificultades e incluso se ha extendido a otros ámbitos, sobre todo políticos.

En realidad, esta doble forma de encarar el protocolismo social, por un lado, como ese ajustarse a las formas y etiquetas cortesanas que dan un estatus y, por el otro lado, ser y parecer responsables, tiene sus aristas positivas y negativas.

Es cierto, el otro, como distinto del yo, aparece en el panorama de muchos por primera vez, como un bien a resguardar, en su salud, en su integridad, etcétera. Y el protocolo se asocia a una especie de camino consensuado para hacer un bien específico.

Pero existe realmente este consenso social o está todo basado en recetas y enlatados que se asumen acríticamente.

Por ejemplo, es cierto que los abuelos y adultos mayores son de los más afectados por la pandemia y, por tanto, el cuidado de su salud requiere que cuidemos muchas normas, pero algunos usan de excusa los protocolos para dejar de visitarlos, de cuidarlos, de conversar con ellos, de tener en cuenta sus opiniones y su forma de ver la realidad.

Existe también el peligro de que el yo, como sujeto individual y libre, termine cediendo más de la cuenta en sus criterios personales y en sus libertades básicas, ante unas reglas que surgen en nombre del protocolo y se expanden sin ser discutidas o por lo menos analizadas con sentido de bien común.

Recordemos que lo que los cortesanos buscaban en gran medida con sus extensos protocolos no era solo ordenar las relaciones sociales respetando la autoridad, sino también distinguirse del común al crear un sistema de modales que sirviera como pauta social diferenciadora y perpetuadora de privilegios, no siempre moralmente aceptables.

De ese modo, el protocolismo podía convertirse en una excusa para que, quienes no cumplieran sus requisitos, a veces caprichosos o ridículos, fueran considerados de origen inferior, ignorantes y hasta imposibilitados como ciudadanos.

Convengamos que si los protocolos nos ayudan a perfeccionarnos como personas en la convivencia social respetuosa, hasta constituyen un medio educativo que se justifica siempre que esté sujeto a la razón y equilibrado por la libertad individual.

Pero, para que sirvan de ayuda, los protocolos deben cumplir con una meta objetiva: El bien común, y deben partir de una premisa sólida, el resguardo de la dignidad personal. Si no es así, se deben desechar.

No es admisible que grupos de poder se apropien de la producción arbitraria de un sistema protocolista paternalista y temeroso de la libertad responsable, o que los protocolos sirvan de excusa para marginar a ciertos ciudadanos o atentar contra su libertad de conciencia.

Tengamos en cuenta que los protocolos deben estar en función de las personas y no al revés.

Como hoy es un día especial porque celebramos el Día de la Amistad, renovemos la práctica de esta virtud que es un verdadero leitmotiv de la forma de relacionarnos los paraguayos sin tanto protocolismo, a lo largo de nuestra historia.

Encontremos de nuevo un modo propio y auténtico de seguir dando calor humano, buen humor y ánimo con esa nobleza de corazón que hace llevadera la vida en todo tiempo.