Le imputan por haber obstruido desde el gobierno la investigación a su socio comercial, Darío Messer, acusado de crímenes transnacionales, para evitar ser afectado él mismo política y penalmente, lo que le permitió –dice la acusación– “perpetuar” sus vínculos con organizaciones mafiosas y terroristas.
Tras semejante bombazo, la clientela política de Cartes y su defensa mediática montaron un sorprendente batiburrillo con viejos argumentos de la izquierda (la injerencia imperialista en la política interna), consignas de la derecha religiosa (quieren acabar con la familia tradicional) y un toque final con teorías de conspiración de moda, desde el globalismo y la imposición de metas para el milenio hasta las vacunas asesinas.
La verdad es que la designación nada tiene que ver con la política criolla, sino con las reglas de juego del imperio. Poco le importan nuestras rencillas tribales, siempre que el gobierno de turno se alinee a sus políticas de seguridad. De hecho, prefieren a los colorados en el Palacio de López y su discurso anticomunista de la Guerra Fría porque son pillos a los que conocen perfectamente. Su latrocinio es local; se comen el dinero de sus contribuyentes, pero no arman jaleo fuera del país. Así pues, el problema con Cartes nunca fue político. Sus pecados son sus vínculos, el origen de sus ingentes recursos y su necesidad de blanquear tanto capital. Es en ese proceso en el que el ex presidente se convierte en un riesgo que ningún Gobierno estadounidense está dispuesto a correr. Y lo dicen claramente en su escueta nota condenatoria.
La fortuna de Cartes arrancó en sus tiempos de prófugo de la Justicia, cuando entró en contacto con Morko Messer, un genio de las finanzas que descubrió cómo convertir las infinitas regulaciones cambiarias del Brasil, el proteccionismo de su mercado y la durísima carga fiscal en oportunidades para hacer dinero, montañas de dinero.
Siendo Paraguay el lugar ideal para ampliar su red financiera, Morko puso el capital para habilitar lo que inicialmente fue Amambay Cambios, luego Banco Amambay y finalmente el Banco Basa. Se tejió entonces una alianza que luego seguiría aún con más fuerza con el hijo de Morko, Darío Messer.
Los Messer crearon la mayor maquinaria de lavado de dinero del continente. Una facción operó a través de sus contactos en Paraguay. Por su parte, Cartes, obligado a invertir las utilidades de su banco, descubrió el negocio fabuloso de los cigarrillos. Otra vez, la presión tributaria brasileña generaba el espacio para obrar milagros económicos. Solo había que producir legalmente los cigarrillos en Paraguay y conseguir colocarlos ilegalmente en el mercado negro del Brasil. Tanto el negocio de Messer como el de los cigarrillos requerían comprar políticos. Cartes pegó el saltó y decidió convertirse en uno. Y llegó a presidente. El problema se desata cuando empiezan a investigar a Messer y en Paraguay las instituciones que debían hacer lo propio miran para otro lado, desde el Banco Nacional de Fomento hasta la Secretaría de Prevención del Lavado de Dinero, cuyo director ocultó los nombres de Cartes y Messer de varios informes y luego de dejar el cargo pasó a trabajar para el grupo empresarial del mandatario.
Messer cae en Brasil y se revela cómo opera su red. Es una supercarretera para lavar dinero de cualquier origen y para cualquier fin, desde la evasión fiscal y la venta de cigarrillos de contrabando hasta el terrorismo. El caso del avión venezolano-iraní, que supuestamente aterrizó en el país solo para comprar cigarrillos y que en el pasado sirvió para transportar dinero y armas de una organización extremista, fue la gota que colmó el vaso: crimen transnacional, lavado de dinero y posibles vínculos con el terrorismo. Para el imperio fue suficiente. Pulgar abajo. Son las amistades tóxicas, Horacio. Lo demás es verso.