Ella dice que tiene 93 años, pero su risa se parece a la de una niña adolescente, como si aún fuera la radiante chiquilina quinceañera a la que Anacleto conoció en Tacuara’i, a fines de la década del 30, cuando él llegó como músico a dedicar una serenata al santo patrono San Cayetano.
Tras regresar del Chaco, a donde fue a pelear con solo 18 años de edad, Anacleto buscaba ganarse la vida como albañil, obrero de fábricas y como músico cantante.
Su padre, peón de una estancia en Tacuara’i, a 120 kilómetros de Pilar, lo invitó a viajar hasta allí, para actuar en un festival a San Cayetano.
Anacleto solo recuerda que le impactó un bello rostro moreno de niña-mujer, resplandeciente con su sonrisa única entre la multitud.
“A ñe enamoraite hese (me enamoré completamente de ella)”, confiesa.
Aquella noche el joven músico y excombatiente se prodigó con la guitarra, eligiendo lo mejor de su repertorio romántico, buscando llegar al corazón de la “morena juky”.
Imagen de amor
José Anacleto Escobar tenía 22 años de edad y Cayetana Román 15, cuando iniciaron el romance. Ahora él tiene 100 y ella 93, pero sus risas y sonrisas siguen tan vivas como entonces.
Hace poco, cuando Anacleto cumplió 100, el gobernador de Ñeembucu, Carlos Silva, les regaló una habitación con muebles y aire acondicionado, que mandó edificar cuando vio que el héroe y su compañera vivían en una casa muy húmeda y ruinosa.
El día en que le entregaron la nueva residencia, la fotógrafa Karen Quintana les tomó una foto en la que los dos ancianos aparecen mirándose a los ojos, riendo felices, luego de haberse dado un beso.
Aquella foto, la imagen misma de la felicidad, se publicó en varios medios paraguayos e internacionales, incluyendo al prestigioso diario estadounidense The New York Times.
Varios periodistas recordamos esa imagen, al pensar en historias de amor para este 14 de febrero. Un conocido shopping capitalino llegó a proponerle a Karen usar la foto en una campaña por el Día de los Enamorados.
Ahora son dos las casas que habita el matrimonio Escobar-Román, en el populoso barrio Obrero de Pilar.
Una es la casa antigua, de ladrillos ruinosos, en donde pasaron gran parte de su existencia. La otra es la habitación nueva, cómoda y amplia, donde ahora duerme la pareja, con ambiente climatizado.
El día en que llegamos de visita, Anacleto y Cayetana estaban en la cocina de su casa antigua, tomando mate y preparando el almuerzo.
“Aquí nos hallamos, aunque el ambiente sea húmedo y caliente, porque es aquí donde transcurrió nuestra vida, aunque a mí me gusta mucho dormir en la pieza nueva, que es muy fresquita”, dice Cayetana, vivaz y dicharachera, arrastrando a su marido hasta el patio, para la entrevista.
Anacleto camina lento y encorvado y tiene dificultades en la audición, pero sorprende con su lucidez. Aunque él es un poco más parco y reservado, se deja contagiar por la risa y caricias de su esposa.
Un corto noviazgo
La historia de los dos va surgiendo en fragmentos de recuerdos, como las piezas de un rompecabezas.
Aquella serenata a San Cayetano coincidió con el cumpleaños de la joven, quien por eso lleva el nombre del santo. Tras concluir su actuación, Cayetano bajó del escenario y se acercó a la joven con un piropo. Ella se echó a reír y le dijo que le gustó mucho la serenata.
“Entonces te voy a llevar serenata a tu casa, solo para vos”, le prometió él.
Así nació el romance, muy a la antigua, porque Anacleto tuvo que someterse a las clásicas “visitas” en casa de su novia, con su suegra siempre vigilante.
“Nos controlaban mucho, pero nos poníamos de acuerdo y nos encontrábamos a escondidas”, confiesa ella.
El noviazgo fue corto, para lo que se acostumbraba en la época: Apenas 11 meses.
“Nos casamos rápido, yo estaba muy enamorado de ella y también ella de mí", admite el veterano.
Finalmente decidieron mudarse a Pilar. “Compramos este terreno y construimos la casa. Tuvimos 8 hijos, pero se murieron 3 cuando eran muy chiquitos. Tenemos muchos nietos”, explica Cayetana.
A pesar de las tragedias y de la pobreza, en esa casa hubo siempre risas, reconoce José, uno de sus hijos. “Al principio no le tenían en cuenta a los excombatientes, pero ahora al menos les ayudan con un mejor sueldo”, destaca.
Anacleto se mantiene increíblemente fuerte, a pesar de su avanzada edad y Cayetana siempre derrocha alegría.
El día en que le tomaron la ahora famosa foto, ella no podía dejar de reír, porque le habían traído una torta con velitas encendidas a don Anacleto, para que las sople y apague, pero él agarró la torta y se la quedó en las manos, con las velas sin apagar. Eso a ella le causó mucha gracia.
“Mi marido es un tonto, pero yo le quiero mucho”, dice Cayetana, recordando aquel momento. Y otra vez se echa a reír...
El secreto de estar unidos tantos años
¿Cuál es el secreto para haber permanecido juntos tanto tiempo?, le preguntamos a Anacleto y Cayetana.
Ella es quien responde: “Lo que pasa es que yo no soy celosa. Si él se iba por allí a hacer sus cosas, yo no le hacía caso. Le perdonaba, porque sabía que después él iba a regresar junto a mí, porque yo soy la elegida”.
¿Y ahora, a esta edad, el señor ya se porta bien?, le consultamos. "¡Sí, ahora ya no puede hacer nada! ¡Ahora yo ya puedo con él...!”, exclama, con una risa sonora, abrazando a su marido.
“Así es. ¡Ahora ella es la que manda...!”, reconoce Anacleto, quien también se echa a reír.