EFE
Paseos por la selva a lomos de un elefante, posados fotográficos junto a tigres de apariencia dócil o espectáculos de orangutanes que saben boxear son algunos ejemplos de actividades que ofrecen zoológicos, monasterios y parques naturales a lo largo del país.
En un templo de la provincia de Kanchanaburi, al noroeste de Bangkok, habitan 147 tigres de Bengala cuidados por monjes budistas que regenta el centro publicitado como un santuario para la cría de estos felinos.
Sin embargo, organizaciones animalistas acusan a los religiosos de lucrarse con el cobro a los visitantes para permitir que interactúen con los tigres, desde una simple caricia, un breve paseo o retratarse con ellos.
“No sabemos cómo son capturados ni tratados estos animales. Generalmente son víctimas del contrabando y se utilizan para encubrir actividades criminales”, asegura Betty Tsai, directora de comunicación de la ONG “Freeland”.
“El Templo de los Tigres (como es conocido el monasterio) obtiene unos ingresos equivalentes a 3 millones de dólares anuales, además de estar involucrado en una red de tráfico ilegal, desde hace más de una década, según datos publicados en enero por National Geographic”, explica Betty.
Las autoridades tailandesas rescataron el pasado 29 de enero a cinco tigres de este monasterio y los trasladaron a un refugio, publicó en Twitter el precursor de la Fundación de Amigos de Vida Salvaje de Tailandia, Edwin Wiek.
“Primer (y pequeño) paso para terminar con el tráfico ilegal, la explotación y la tortura”, remarcó Wiek en la red social.
Situado en una azotea de un centro comercial en los suburbios de Bangkok, el zoológico Pata, que alberga más de 200 especies de fauna en unas precarias condiciones de vida, es otro de los puntos rojos señalados por las protectoras de animales.
Hace dos años, la gorila “Bua Noi” fue rescatada de este parque temático tras hacerse pública su historia y conocerse que permaneció durante más de tres décadas en cautividad en una jaula.
“Pata Zoo no sólo es el peor lugar para los animales dentro de Tailandia, sino que también lo es potencialmente en todo el mundo”, afirma Thomas Taylor, asistente de dirección de la Fundación de Amigos de Vida Salvaje de Tailandia.
Este tipo de centros de ocio no sólo son acusados de maltratar y explotar a los animales, sino también de carecer de las adecuadas medidas de seguridad que eviten ataques contra turistas.
El último incidente sucedió el pasado martes cuando un elefante mató a un turista británico e hirió de gravedad a su cuidador al reaccionar de forma violenta durante un paseo en la isla de Samui, uno de los enclaves turísticos del golfo de Tailandia.
“Estos incidentes nos recuerdan una vez más que los animales salvajes deben de vivir en su hábitat natural. Debemos entenderlo y ser respetuosos”, asevera Betty Tsai.
Tailandia aprobó en 2014 la Ley de Maltrato Animal, la primera de su historia, que contempla multas de hasta 40.000 Baht (unos 1.000 euros o más de 1.100 dólares) y penas de hasta dos años de cárcel por infligir maltrato, abandono o dolor a un animal.
Pero las organizaciones denuncian que la legislación vigente es insuficiente.
“Las actuales leyes sobre maltrato animal en Tailandia empezaron a aplicarse a finales del año 2014 y continúan sin cumplirse al 100%. Además, se centran mayoritariamente en animales domésticos. Esperamos que pronto se produzcan cambios significativos”, subraya Taylor.
“El endurecimiento de las leyes debe ponerse en una posición primordial en las agendas de los gobernantes”, añade.
En la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, en inglés), celebrada en Ginebra en enero, el director del Programa de Especies Globales, Carlos Drews, aseguró en un comunicado que “algunos países, incluido Tailandia, han hecho progresos significativos”.
“Sin embargo, es demasiado pronto para afirmar que cualquier de ellos han hecho lo suficiente”, aseveró.