Por Luigi Picollo (*)
Hace algunos años hablábamos, entusiastamente, de que Paraguay estaba muy cerca de llegar al grado de inversión. Como estábamos bien, parecía un tema de vanidad al compararnos con otros países. Macroeconómicamente el mercado nos reconocía como un país con buenas finanzas, pero el desafío para llegar a esa meta estaba en que el Gobierno debía realizar las reformas estructurales y solidificar la seriedad institucional.
Hoy estamos más endeudados, más frágiles económicamente y las reformas nunca se hicieron. El 2023 es el año decisivo para acercarnos de nuevo a esta meta o alejarnos bruscamente. La responsabilidad fiscal ya no es un lujo y pasa a ser un tema imperativo. El Estado no puede sostener una deuda del 37.3% del PIB –y aumentando– con la baja presión impositiva que aún mantenemos. Al bicicletear la deuda se pagarán intereses muchísimo más altos. El vecindario ya no ayuda con tantos países yendo a una izquierda populista. La meta quedó más difícil, pero no imposible. Y lo necesitamos más que nunca.
Esencialmente el modelo actual, donde el Estado se endeuda para ejecutar costosas obras y proveer servicios de baja calidad, ya no se sostiene financieramente. Es necesario cambiar el modelo donde el sector privado tome el riesgo, realice la inversión y la recupere en un tiempo largo. Con el presente nivel de endeudamiento ya es un hecho que quedarán desatendidas tantísimas necesidades de una gran parte de la población. Para que progresemos como sociedad debemos sofisticar nuestra economía. Lograr que el Estado se retire gradualmente dando espacio, regulando, concesionando y pasando del ejecutor al justo árbitro del sector privado. Con el correr del tiempo, el Estado tendrá una menor participación en toda la economía no porque adelgazó (tarea imposible en cualquier país), sino porque el sector privado creció.
Estas dos ideas, llegar como país al grado de inversión y que el sector privado crezca para contrarrestar un Estado costoso e ineficiente, van de la mano. Si llegásemos al grado de inversión, aumentará exponencialmente el interés internacional para invertir en Paraguay en el sector que sea, lo que es buenísimo en un país donde está todo por hacerse. Las empresas locales se podrán financiar a costos significativamente menores, tomar más riesgos y realizar inversiones mayores. Las inversiones siempre vienen acompañadas de una migración de personal calificado del extranjero, de importar técnicas de gestión mucho más avanzadas, pues la envergadura del emprendimiento naturalmente lo exigirá. Es un círculo virtuoso donde lo que el Estado no podría más realizar, lo hará con entusiasmo y costo eficientemente el sector privado. Aquí todos ganan y el propio sistema buscará un equilibrio óptimo.
A un país pequeño como el nuestro, solo le queda ser muy responsable y prolijo. Hay que ser y parecer ante el mundo. Antes deseábamos el grado de inversión por exigencia, ahora lo debemos de buscar por extrema necesidad. Necesitamos del enorme capital disponible afuera, del profundo know-how de los que saben hacer, y del ilimitado impulso que solo nos puede dar la inversión extranjera. Solo así llegaremos a la calidad de servicio que nuestra gente demanda, y a la escala necesaria para llegar a la mayor cantidad de paraguayos. El Estado de ahora en adelante está para regular justa y profesionalmente, para que los demás actores sean los que se endeuden, ejecuten, construyan, compitan y se mejoren.
Nuestro progreso depende cada vez más que invitemos al mundo a venir al Paraguay para quedarse. Como ciudadanos en tiempos electorales, escojamos los candidatos que entiendan esta realidad y tengan el perfil adecuado. Que sean personas capaces, sólidas, previsibles, presentables al mundo. La audiencia internacional es mucho más exigente. Que esa sea la vara con que midamos a nuestros futuros líderes.
(*) Socio del Club de Ejecutivos